sábado, 16 de julio de 2011

capitulo 15 - passion lauren kate

Capítulo 15
El Sacrificio


Traducido por Emii_Gregori



CHICHÉN ITZÁ, MESOAMÉRICA. 5 WAYEB(1)
(APROXIMADAMENTE 20 DE DICIEMBRE, 555 CE)


El Mensajero escupió a Luce en el calor sofocante de un día de verano. Bajo sus pies, la tierra estaba reseca, agrietada y morena, con secas hojas de hierba. El cielo era de un azul estéril, sin nubes a la vista para ofrecer lluvia. Incluso el viento parecía sediento.

Se puso de pie en el centro de un campo plano rodeado en tres lados por un muro alto y extraño. Desde esta distancia, parecía un poco como un mosaico hecho de granos gigantes. Ellos estaban de forma irregular, no esféricos exactamente, variando entre los calores marfil y marrón claro. Aquí y allá había grietas diminutas entre los granos, dejando a la luz entrar del otro lado.

Además de media docena de buitres graznando mientras se abalanzaban en círculos decaídos, no había nadie más alrededor. El viento sopló con vehemencia por su cabello y olía como... ella no podía identificar el olor, pero sabía metálico, casi oxidado.

El vestido pesado que había estado llevando desde el baile en Versalles estaba empapado de sudor. Apestaba a humo, cenizas y sudor cada vez que ella respiraba. Ella luchó para alcanzar los cordones y los botones. Podría utilizar una mano —incluso una piedra pequeña.

¿Dónde estaba Bill, de todos modos? Siempre se desaparecía. Luce a veces tenía la sensación de que la gárgola tenía una agenda propia, y que estaba siendo reordenada de acuerdo a su horario.

Ella luchó con el vestido, desgarrando el cordón verde alrededor del cuello, haciendo reventar los ganchos mientras caminaba. Afortunadamente, no había nadie alrededor para ver. Finalmente, ella se puso de rodillas y osciló para liberarse, tirando de las faldas por encima de su cabeza.

Mientras estaba sentada sobre sus talones en su traje recto de algodón fino, a Luce le golpeó lo cansada que estaba. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había dormido? Ella tropezó hacia la sombra en la pared, con sus pies crujientes a través de la hierba frágil, pensando que tal vez ella podría descansar un poco y cerrar sus ojos.

Sus párpados revolotearon, con mucho sueño.

Luego se abrieron de golpe. Y su piel comenzó a arrastrarse.

Cabezas.

Luce por fin se dio cuenta de lo que estaba hecho el muro. La empalizada de color hueso —luciendo medio inocente a lo lejos— estaba entrelazando percheros de cabezas humanas empaladas.

Ella ahogó un grito. De repente ella podía identificar el olor llevado por el viento —era el hedor de putrefacción y sangre derramada, de carne putrefacta.

La parte inferior de las empalizadas estaba blanqueada por el sol, con cráneos curtidos, azotándose blancos y limpios por el viento y el sol. En la parte superior, los cráneos parecían más frescos. Es decir, todavía estaban claramente las cabezas de las personas —melenas gruesas de cabello negro y piel casi intacta. Pero los cráneos en el centro estaban en algún lugar entre mortal y monstruo: la piel raída se desconchaba por atrás, dejando seca la sangre marrón en el hueso. Las caras estaban tensadas con lo que podría haber sido terror o rabia.

Luce se tambaleó lejos, esperando un soplo de aire que no apestara a putrefacción, pero no lo encontró.

—No es tan horrible como parece.

Se dio la vuelta, aterrorizada. Pero sólo era Bill.

—¿Dónde estabas? ¿Dónde estamos?

—Es realmente un gran honor ser recibido así —dijo, marchando inmediatamente a la siguiente hilera. Miró una cabeza en el ojo—. Todos estos pequeños corderos inocentes van directamente al cielo. Justo lo que los fieles desean.

—¿Por qué me dejaste aquí con estas…?

—Oh, vamos. Ellas no muerden. —Él la miró de reojo—. ¿Qué has hecho con tu ropa?

Luce se encogió. —Hace calor.

Él suspiró extensamente, con un engañoso hastío. —Ahora pregúntame dónde he estado. Y esta vez, trata de mantener el juicio de tu voz.

Su boca se torció. Había algo impreciso sobre las desapariciones ocasionales de Bill. Pero él estaba allí de pie, con sus pequeñas garras bien ocultas detrás de la espalda, dándole una sonrisa inocente. Ella suspiró. —¿Dónde has estado?"

—¡De compras! —Bill alegremente extendió sus dos alas, revelando una falda cruzada de color marrón colgando de una punta del ala y una túnica corta a juego colgando de la otra—. ¡Y el golpe de gracia! —dijo, retirando de su espalda un fornido collar blanco. De hueso.

Ella tomó la túnica y la falda pero agitó la mano lejos del collar. Había visto suficientes huesos. —No, gracias.

—¿Quieres mezclarte? Entonces tienes que usar los accesorios.

Tragando su disgusto, ella lo deslizó sobre su cabeza. Los pedazos de hueso pulido habían sido colgados a lo largo de algún tipo de fibra. El collar era largo y pesado y, Luce tuvo que admitir, más o menos bonito.

—Y creo que esto… —Le dio una cinta metálica—… va en el cabello.

—¿De dónde sacaste todo esto? —Ella preguntó.

—Es tuyo. Quiero decir, no es tuyo… Lucinda-Price, pero es tuyo en un sentido cósmico. Te pertenece a ti cuando formabas parte de esta vida… Ix Cuat.

—¿Ix quién?

—Ix Cuat. Tu nombre en esta vida significa “Pequeña Víbora”. —Bill vio el cambio en su cara—. Era una expresión de cariño en la cultura maya. Más o menos.

—¿De la misma manera que es un honor conseguir que tu cabeza fuera ensartada en un palo?

Bill rodó sus ojos de piedra. —Deja de ser tan etnocentrista. Esto significa que piensas que tu propia cultura es superior a otras culturas.

—Sé lo que significa —dijo ella, colocando la cinta en su cabello sucio—. Pero no estoy siendo superior. Sólo no creo que tener mi cabeza pegada en uno de estos percheros fuera tan grande. —Hubo un leve zumbido en el aire, como tambores a lo lejos.

—¡Eso es exactamente el tipo de cosas que Ix Cuat diría! ¡Siempre has sido un poco atrasada!

—¿Qué quieres decir?

—Mira, tú… Ix Cuat… naciste durante el Wayeb, que son estos cinco días impares al final del año Maya en el que todos se ponen muy supersticiosos ya que no se adaptan al calendario. Algo así como días del año bisiesto. No es exactamente suerte nacer en el Wayeb. Así que nadie se sorprendió cuando llegaste a ser una solterona.

—¿Solterona? —Luce preguntó—. Pensé que nunca viví más allá de diecisiete... más o menos.

—Diecisiete aquí en Chichén Itzá es antiguo —dijo Bill, flotando de cabeza en cabeza, con sus alas zumbando mientras revoloteaban—. Pero es verdad, nunca solías vivir mucho más allá de los diecisiete o menos. Ha sido una especie de misterio de por qué en la vida de Lucinda Price has logrado quedarte tanto tiempo.

—Daniel dijo que era porque no fui bautizada. —Ahora Luce estaba segura de haber escuchado tambores… y estaban más cerca—. ¿Pero cómo eso puede tener importancia? Quiero decir, apuesto a que Ix Ca-lo que sea estaba bautizada…

Bill agitó su mano con desdén. —Bautismo es sólo una palabra para una especie de sacramento o pacto, en el cual tu alma es más o menos reclamada. Casi todas las religiones tienen algo similar. Cristianismo, Judaísmo, Islam, incluso la religión Maya que está a punto de marchar por delante. —Asintió hacia el tamborileo, que ahora era tan fuerte que Luce se preguntó si deberían ocultarse—. Todos ellos exhiben los sacramentos de alguna manera en la cual expresas devoción a un dios.

—¿Entonces estoy viva en mi vida actual en Thunderbolt porque mis padres no me han bautizado?

—No —dijo Bill— eres capaz de ser asesinada en tu vida actual en Thunderbolt porque tus padres no te han bautizado. Estás viva en tu vida actual porque, bueno... nadie sabe realmente por qué.

Debe haber habido una razón. Tal vez era la escapatoria de la que Daniel había hablado en el hospital de Milán. Pero él aún no pareció entender cómo Luce fue capaz de viajar a través de los Mensajeros. Con cada vida que ella visitaba, Luce se podía sentirse cada vez más cerca de encajar las piezas de su pasado juntos... pero ella no estaba allí todavía.

—¿Dónde está el pueblo? —Ella preguntó—. ¿Dónde está la gente? ¿Dónde está Daniel? —Los tambores sonaban tan fuertes que tuvo que alzar la voz.

—Oh —dijo Bill—, están al otro lado de la tzompantlis.

—¿La qué?

—La hilera de cabezas. Vamos… ¡tienes que ver esto!

A través de los espacios abiertos en los percheros de cráneos, destellos de colores bailaban. Bill condujo a Luce hasta el borde de la pared de cráneos y le hizo señas para que mirara.

Más allá de la pared, toda una civilización marchaba. Una larga fila de personas bailaba y golpeaba sus pies en contra de un amplio camino lleno de suciedad que serpenteaba a través de la yarda de huesos. Tenían un oscuro cabello sedoso y piel color marrón. Ellos se extendían en edades desde los tres hasta lo suficiente para desafiar la adivinación. Todos eran vibrantes, hermosos y extraños. Sus ropas eran escasas, sobrellevando pieles de animales que apenas cubrían su cuerpo, mostrando tatuajes y caras pintadas. Era el cuerpo más notable del arte —elaborado, con representaciones coloridas de aves con plumas brillantes, soles, y los diseños geométricos extendidos por sus espaldas, brazos y pecho.

A lo lejos, había edificios —una red ordenada de estructuras blanqueadas de piedra y un conjunto de pequeños edificios con techos de paja planos. Más allá de eso, no había selva, pero las hojas de los árboles lucían secas y quebradizas.

La multitud marchó por delante, sin ver a Luce, atrapados en el frenesí de su danza. —¡Vamos! —dijo Bill, y la empujó hacia el flujo de personas.

—¿Qué? —Ella gritó—. ¿ Ir allí? ¿Con ellos?


—¡Será divertido! —Bill se rió, volando por delante—. Sabes bailar, ¿no?

Con cautela al principio, ella y la pequeña gárgola se unieron al desfile, mientras pasaban a través de lo que parecía un mercado —una larga y estrecha franja de tierra llena de barriles de madera y cuencos llenos de bienes para la venta: aguacates negros llenos de hoyos, profundos tallos de maíz rojos, hierbas secas atadas con un cordel, y muchas otras cosas que Luce no conocía. Giró la cabeza por aquí y por allá para ver tanto como pudo mientras pasaba, pero no había manera de parar. La oleada de la multitud la empujó inexorablemente hacia delante.

Los Mayas siguieron el camino que se curvaba hacia abajo en una amplia llanura, poco profunda. El rugido de su danza se desvaneció, y se juntaron en silencio, murmurando el uno con el otro. Se enumeraron por centenas. En la presión repetida de las garras afiladas de Bill en sus hombros, Luce se sentó sobre sus rodillas como el resto de ellos y siguió la mirada de la multitud hacia arriba.

Detrás del mercado, un edificio se elevó más alto que todos los demás: una pirámide escalonada de piedra blanca. Cada uno de los dos lados visibles hacia Luce tenía empinadas escaleras corriendo de sus centros que terminaban en la estructura de un piso pintado de azul y rojo. Un escalofrío recorrió a través de Luce, en parte reconocimiento y en parte un miedo inexplicable.

Había visto esta pirámide antes. En imágenes de su libro de historia, el templo Maya se había reducido a ruinas. Pero ahora estaba lejos de estar ruinas. Era magnífico.

Cuatro hombres, sosteniendo tambores de madera y piel de animal estirada, estaban de pie en una fila alrededor de la cima de la pirámide. Sus rostros bronceados estaban pintados con trazos de rojo, amarillo y azul para lucir como máscaras. Golpearon sus tambores en armonía, cada vez más rápido hasta que alguien salió de la puerta.

El hombre era más alto que los tamborileros, bajo una torre roja y blanca con plumas, toda su cara estaba pintada con diseños laberínticos color turquesa. Su cuello, muñecas, tobillos y lóbulos de las orejas estaban adornados con el mismo tipo de joyería de hueso que Bill le había dado a Luce. Llevaba algo —un largo palo largo con plumas pintadas y fragmentos brillantes de color blanco. En un extremo, algo plateado brilló.
Cuando afrontó a las personas, la multitud se quedó en silencio, casi como por arte de magia.

—¿Quién es ese hombre? —le susurró Luce a Bill—. ¿Qué está haciendo?

—Ese es el jefe de la tribu, Zotz. Bastante demacrado, ¿verdad? Los tiempos son difíciles cuando tu gente no ha visto la lluvia por trescientos sesenta y cuatro días. No es que ellos estén contando eso con el calendario de piedra allí, ni nada. —Señaló en una losa de piedra gris, marcada con cientos de líneas de hollín negro.

¿Ni una gota de agua durante casi todo un año? Luce casi podía sentir la sed que salía de la multitud. —Se están muriendo —dijo ella.

—Esperemos que no. Allí es donde entras tú —dijo Bill—. Tú y algunos otros desgraciados. Daniel, también… él tiene un papel menor. Chaat está muy hambriento por ahora, así que manos a la obra.

—¿Chaat?

—El dios de la lluvia. Los Mayas tienen esta creencia absurda de que la comida favorita de un Dios colérico es la sangre. ¿Ves a dónde voy con esto?

—Sacrificio humano —dijo Luce lentamente.

—Sep. Este es el comienzo de un largo día. Más calaveras para añadir a los percheros. Emocionante, ¿no?

—¿Dónde está Lucinda? ¿Quiero decir, Ix Cuat?

Bill señaló en el templo. —Ella está encerrada allí, junto con los otros sacrificios, esperando a que el juego de pelota termine.

—¿El juego de pelota?

—Eso es lo que las personas están acostumbradas a ver. Verás, al líder tribal le gusta organizar un juego de pelota antes de un gran sacrificio. —Bill tosió y sacudió sus alas hacia atrás—. Es una especie de mezcla entre baloncesto y fútbol, cada equipo tiene sólo dos jugadores, y la pelota pesa una tonelada, y a los perdedores le cortan sus cabezas y su sangre alimenta a Chaat.

—¡A la corte! —gritó Zotz desde el escalón más alto del templo. Las palabras Mayas sonaban extrañamente guturales y sin embargo todavía comprensibles para Luce. Se preguntó cómo hacían sentir a Ix Cuat, encerrada en la habitación detrás de Zotz.

Una gran alegría estalló entre la multitud. Como grupo, los Mayas se levantaron y echaron a correr hacia lo que parecía un gran anfiteatro de piedra al otro lado de la llanura. Era apaisado y bajo —un campo de juegos de tierra rodeado de gradas de piedra escalonadas.

—Ah… ¡allí está nuestro muchacho! —Bill señaló a la cabeza de la multitud mientras se acercaban al estadio.

Un muchacho delgado y musculoso estaba corriendo, más rápido que los demás, de espaldas a Luce. Su cabello era marrón oscuro y brillante, con sus hombros muy bronceados y pintados con un cruce de cintras rojas y negras. Cuando volvió la cabeza ligeramente hacia la izquierda, Luce tomó una rápida visión de su perfil. Él no era nada como el Daniel que había dejado en el patio trasero de sus padres. Y sin embargo…

—Daniel —dijo Luce—. Parece…

—¿Diferente y también, precisamente el mismo? —Bill preguntó.

—Sí.

—Esa es su alma que tú reconoces. Independientemente de cómo puedan lucir los dos en el exterior, siempre conocen sus almas.

Esto no le había ocurrido a Luce hasta ahora viendo lo extraordinario que era haber reconocido a Daniel en cada vida. Su alma encuentra la suya. —Eso es... hermoso.

Bill rascó una costra en su brazo con una garra retorcida. —Si tú lo dices.

—Dijiste que Daniel estaba involucrado en el sacrificio de alguna manera. Él es un jugador de pelota, ¿no? —dijo Luce, estirando su cuello hacia la multitud mientras Daniel desaparecía en el interior del anfiteatro.

—Lo es —dijo Bill—. Hay una pequeña ceremonia encantadora. —Él levantó una ceja de piedra—. En la que los ganadores guían a los sacrificios a su próxima vida.

—¿Los ganadores matan a los prisioneros? —dijo Luce en silencio.

Ellos miraron a la multitud mientras se canalizaba en el anfiteatro. Tambores sonaban desde el interior. El juego estaba a punto de comenzar.

—No matar. Ellos no son asesinos comunes. Sacrifican. Primero les cortan las cabezas. Las cabezas vuelven allí. —Bill asintió sobre su hombro a la empalizada de cabezas—. Los cuerpos son arrojados a un repulsivo (perdóname, Dios) sumidero de roza calcárea dentro de la selva. —Él olió—. ¿Yo? No veo cómo eso va a traer la lluvia, ¿pero quién soy yo para juzgar?

—¿Podrá Daniel ganar o perder? —Luce preguntó, sabiendo la respuesta antes de que las palabras dejaran incluso sus labios.

—Puedo ver cómo la idea de Daniel decapitándote tal vez no haga que grites “romance” —dijo Bill—, pero realmente, ¿cuál es la diferencia entre él matándote por fuego y por espada?

—Daniel no haría eso.

Bill flotó en el aire delante de Luce. —¿No?

Hubo un gran estruendo desde el interior del anfiteatro. Luce sintió que debía correr al campo, acercarse a Daniel, y tomarlo en sus brazos, decirle que había dejado el Globo demasiado pronto para decir: que ahora entendía todo lo que pasó para estar con ella. Que sus sacrificios la hicieron aún más comprometida con su amor. —Debo ir con él —dijo.

Pero también estaba Ix Cuat. Encerrada en un cuarto en la cima de la pirámide a la espera de ser asesinada. Una niña que podría contener en su interior una valiosa pieza de información que Luce necesitaba para aprender a romper la maldición.

Luce vaciló en su lugar —un pie hacia el anfiteatro, uno hacia la pirámide.

—¿Qué harás? —Se burló Bill. Su sonrisa era demasiado grande.

Ella echó a correr, lejos de Bill y hacia la pirámide.

—¡Buena elección! —gritó, revoloteando rápidamente alrededor para mantener el ritmo a su lado.

La pirámide se alzaba sobre ella. El templo pintado en la cima—dónde Bill había dicho que estaría Ix Cuat— se sentía tan distante como una estrella. Luce estaba tan sedienta. Su garganta le dolía por el agua, la tierra quemó en las plantas de sus pies. Sentía como si todo el mundo estuviera ardiendo.

—Este lugar es muy sagrado —murmuró Bill en su oído—. Este templo fue construido en lo alto de un templo anterior, que fue construido en la parte superior de otro templo, y así sucesivamente, todos ellos orientados a marcar los equinoccios de primavera y otoño. En esos dos días al atardecer, la sombra de una serpiente puede ser vista deslizarse sobre los pasos de la escalera norte. Genial, ¿no?

Luce sólo resopló y comenzó a subir las escaleras.

—Los Mayas eran unos genios. En este punto de su civilización, ya han predicho el fin del mundo en 2012. —Tosió teatralmente—. Pero eso está por verse. El tiempo lo dirá.

Mientras Luce se acercaba a la cima, Bill se precipitó al final de nuevo.

—Ahora, escucha —dijo—. Esta vez, siempre y cuando vayas tridimensionalmente…

—Shhh —dijo Luce.

—¡Nadie me puede escuchar excepto tú!

—Exactamente. ¡Shhh! —Ella dio otra paso sobre la pirámide, ahora en silencio, y se quedó en la repisa de la parte superior. Presionó su cuerpo contra la piedra caliente de la pared del templo, a centímetros de la puerta abierta. Alguien cantaba en el interior.

—Yo lo hago ahora —dijo Bill—, mientras que los guardias están en el juego de pelota.

Luce avanzó pausadamente a la puerta y se asomó.

La luz del sol entrando por la puerta abierta encendió un gran trono en el centro del templo. Tenía la forma de un jaguar pintado de rojo, con manchas incrustadas de jade. A la izquierda estaba la gran estatua de una figura recostada de lado con una mano sobre su estómago. Pequeñas lámparas de piedras ardientes y llenas de aceite rodearon de la estatua y proyectaron una luz parpadeante. Las únicas otras cosas en la sala eran tres niñas unidas con una cuerda por las muñecas, acurrucadas en un rincón.

Luce jadeó, y las cabezas de las tres niñas se dispararon hacia arriba. Todas eran hermosas, con cabellos oscuros recogidos en trenzas, y perforaciones de jade a través de sus oídos. La de la izquierda tenía la piel más oscura. La de la derecha tenía arremolinadas líneas profundas de color azul pintadas de arriba a abajo en sus brazos. Y la del medio... era Luce.

Ix Cuat era pequeña y delicada. Sus pies estaban sucios, y sus labios estaban agrietados. De las tres chicas aterrorizadas, sus ojos oscuros eran los más salvajes.

—¿Qué estás esperando? —llamó Bill desde su asiento en la cabeza de la estatua.

—¿Ellas no me verán? —susurró Luce a través de una mandíbula apretada. Las otras veces ella se había fusionado con sus yo del pasado, ya sea sola o con Bill ayudándole a protegerla. ¿Qué aspecto tendrían estas chicas si Luce estuviera dentro del cuerpo de Ix Cuat?

—Estas niñas se han vuelto medio locas desde que fueron seleccionadas para ser sacrificadas. Si gritan por cualquier cosa extraña, ¿cuántas personas supones que les importará? —Bill hizo una demostración contando con sus dedos—. De acuerdo. Cero. Nadie siquiera va a escuchar.

—¿Quién eres tú? —Una de las chicas preguntó, su voz astillada por el miedo.

Luce no pudo contestar. Mientras se adelantaba, los ojos de Ix Cuat se encendieron con lo que parecía ser terror. Pero entonces, para la gran sorpresa de Luce, justo mientras ella se agachaba, su propio pasado llegó con las manos atadas y se agarró fuerte y rápido a Luce. Las manos de Ix Cuat eran cálidas y suaves, y temblorosas.

Ella empezó a decir algo. Ix Cuat había empezado a decir…

Llévame lejos.

Luce lo escuchó en su mente mientras el suelo se estremeció bajo sus pies y todo empezó a parpadear. Ella vio a Ix Cuat, la niña que había nacido con mala suerte, cuyos ojos le dijeron a Luce que no sabía nada sobre los Mensajeros, pero ella se había agarrado de Luce como si Luce sostuviera su rescate. Y ella se vio, desde fuera, luciendo cansada, hambrienta, harapienta y áspera. Y más vieja de alguna manera. Y más fuerte.

Entonces el mundo se estableció de nuevo.

Bill se había ido de la cabeza de la estatua, pero Luce no podía moverse para buscarlo. Sus muñecas fueron atadas en carne viva, y marcadas con tatuajes negros de sacrificio. Sus tobillos, notó, estaban atados, también. No es que las uniones importaran mucho —el miedo ataba su alma con más fuerza de lo que cualquier cuerda jamás podría. Esto no era como las otras veces que Luce había entrado en su pasado. Ix Cuat sabía exactamente lo que vendría por ella. La muerte. Y ella no parecía darle la bienvenida como había hecho Lys en Versalles.

A ambos lados de Ix Cuat, sus prisioneras se habían apartado de ella, pero ellas sólo podían moverse unos pocos centímetros. La chica de la izquierda, con la piel oscura —Hanhau— estaba llorando; y la otra, con su cuerpo pintado de —Ghanan— estaba orando. Todas tenían miedo a morir.

—¡Estás poseída! —sollozó Hanhau través de sus lágrimas—. ¡Contaminarás la ofrenda!

Ghanem se encontraba perpleja para las palabras.


Luce ignoró a las chicas y se sintió alrededor del propio miedo paralizante de Ix Cuat. Algo estaba atravesando su mente: un rezo. Pero no un rezo de preparación para el sacrificio. No, Ix Cuat estaba rezando por Daniel.

Luce sabía que pensar en él hacía ruborizar su piel y que su corazón latiera más rápido. Ix Cuat lo había amado toda su vida —pero sólo de lejos. Él había crecido a unos cuantos edificios más allá de casa de su familia. A veces él negociaba aguacates de su madre en el mercado. Ix Cuat había estado intentando durante años obtener el valor necesario para hablar con él. Saber que él estaba en la corte de pelota ahora la atormentaba. Ix Cuat estaba rezando, notó Luce, para que él perdiera. Su único rezo era que ella no quería morir por su mano.

—¿Bill? —susurró Luce.

La pequeña gárgola bajó en picada hacia el interior del templo. —¡El juego ha terminado! La multitud se dirige al cenote ahora. Ese es el pozo de piedra caliza donde ocurre el sacrificio. Zotz y los ganadores se encaminan hacia acá para pasear a tus chicas hasta la ceremonia.

Mientras el ruido de la multitud se desvaneció, Luce se estremeció. Se oyeron pasos en la escalera. En cualquier momento, Daniel caminaría por esa puerta.

Tres sombras oscurecieron la puerta. Zotz, el líder con el tocado rojo y blanco de plumas, entró en el templo. Ninguna de las chicas se movió; todas estaban mirando con horror a la larga lanza ornamental que tenía. Una cabeza humana estaba claveteada sobre ella. Sus ojos estaban abiertos, cruzados con la tensión; el cuello todavía goteaba sangre.

Luce apartó la mirada y sus ojos se posaron en otro, un hombre muy musculoso entrando a la tumba. Llevaba otra lanza pintada con otra cabeza empalada en la parte superior. Al menos los ojos de éste estaban cerrados. Había una pequeña sonrisa en sus labios gordos y muertos.

—Los perdedores —dijo Bill, acercándose rápidamente a una de las cabezas para examinarlas—. ¿Ahora no te alegras de que el equipo Daniel haya ganado? Sobre todo gracias a este tipo. —Golpeó al hombre musculoso en el hombro, aunque el compañero de equipo de Daniel no parecía sentir nada. Entonces Bill salió por la puerta de nuevo.

Cuando Daniel entró en el templo por fin, su cabeza estaba colgando. Sus manos estaban vacías y su pecho estaba desnudo. Su cabello y su piel eran oscuros, y su postura era más rígida de la que Luce estaba acostumbrada. Todo, desde el modo en que los músculos de su abdomen se encontraban con los músculos de su pecho hasta la manera en que colocaba sus manos sin vidas a los costados, era diferente. Todavía era magnífico, aún seguía siendo la cosa más hermosa que Luce alguna vez hubiera visto, a pesar de que no se veía como el chico al que Luce estaba acostumbrada.

Pero entonces levantó la mirada y sus ojos brillaron exactamente del mismo tono violeta que siempre hacían.

—Oh —dijo ella en voz baja, golpeando contra sus ataduras, desesperada por escapar de la historia en la que ellos estaban atrapados en esta vida (las calaveras, la sequía y el sacrificio) y aferrarse a él durante toda la eternidad.

Daniel sacudió su cabeza ligeramente. Sus ojos se pulsaron hacia ella, encendidos. Su mirada la calmó. Al igual que le estaba diciendo que no se preocupara.

Zotz hizo señas con su mano libre hacia las tres chicas de pie, luego asintió rápidamente, y todos salieron por la puerta norte del templo. Primero Hanhau, con Zotz a su lado, Luce directamente detrás de ella, y Ghanan en la retaguardia. La cuerda entre ellas era suficientemente larga para que cada chica mantuviera ambas muñecas a su lado. Daniel se acercó y caminaba junto a ella, y el otro vencedor caminó junto a Ghanan.

Por un breve instante, las yemas de los dedos de Daniel rozaron sus muñecas atadas. Ix Cuat se estremeció al tacto.

A las afueras de la puerta del templo, los cuatro tamborileros estaban esperando en la repisa. Cayeron en fila detrás de la procesión y, mientras una parte bajó los escalones de la pirámide, desempeñaron el mismo ritmo frenético que Luce había oído la primera vez que había llegado a esta vida. Luce se centró en caminar, sintiendo como si estuviera montando una ola en lugar de elegir poner un pie delante del otro, abajo a la pirámide, y luego, hacia la base de los pasos, a lo largo del camino ancho y polvoriento que la llevaba a su muerte.

Todo lo que podía oír eran los tambores, hasta que Daniel se inclinó y le susurró: —Te voy a salvar.

Algo profundo dentro de Ix Cuat se disparó. Esta era la primera vez que él había hablado con ella en esta vida.

—¿Cómo? —susurró ella, inclinándose hacia él, sufriendo por él para que la liberara y la llevara muy, muy lejos.

—No te preocupes. —Las yemas de sus dedos la encontraron de nuevo, rozando sus manos con suavidad—. Te lo prometo, me ocuparé de ti.

Las lágrimas picaron en sus ojos. El suelo estaba aún quemando las plantas de sus pies, y ella todavía estaba marchando hacia el lugar donde Ix Cuat debía morir, pero por primera vez desde que llegó a esta vida, Luce no tenía miedo.

El camino condujo a través de una línea de árboles y hacia la selva. Los tambores se detuvieron. Un canto llenó sus oídos, los cantos de la multitud profundamente en la selva, en el cenote. Una canción que Ix Cuat había crecido cantando, un rezo por la lluvia. Las otras dos chicas cantaron en voz baja, con sus voces temblorosas.

Luce pensó en las palabras que Ix Cuat parecía decir mientras Luce entraba en su cuerpo: Llévame lejos, ella había gritado dentro de su cabeza. Llévame lejos.

Todos a la vez, dejaron de caminar.

En las profundidades de la seca y sedienta selva, el camino ante ellos se abrió. Un enorme cráter lleno de agua en la piedra caliza se extendió a cien metros delante de Luce. En torno a ella estaban los ojos brillantes y ansiosos de las personas Maya. Cientos de personas. Ellas habían dejado de cantar. El momento que habían estado esperando estaba aquí.

El cenote era un pozo de piedra caliza, musgoso y profundo y lleno de brillante agua color verde. Ix Cuat había estado allí antes —había visto otros doce sacrificios humanos como éste. Debajo de aquella agua aún estaban los restos descompuestos de un centenar de otros cuerpos, de un centenar de almas supuestas a ir directamente al Cielo —solo, en ese momento, Luce sabía que Ix Cuat no estaba segura de creer en nada de eso.

La familia de Ix Cuat se situó cerca del borde del cenote. Su madre, su padre, sus dos hermanas menores, ambas sosteniendo bebés en sus brazos. Ellos creían… en el ritual, en el sacrificio que se llevaría a su hija y rompería sus corazones. Ellos la amaban, pero pensaban que tenía mala suerte. Pensaron que esta era la mejor manera para que ella se redimiera.

Un hombre sin dientes, con largos pendientes de oro guió a Ix Cuat y a las otras dos chicas a estar de pie ante Zotz, quien había tomado un lugar prominente en el borde del pozo de piedra caliza. Miró abajo hacia las aguas profundas. Luego cerró sus ojos y comenzó un nuevo canto. La comunidad y los tamborileros se le unieron.

Ahora, el hombre sin dientes se interponía entre Luce y Ghanan y derribó su hacha en la cuerda atándolas juntas. Luce sintió un tirón hacia adelante y la cuerda se rompió. Sus muñecas estaban atadas todavía, pero estaba conectada ahora sólo con Hanhau a su derecha. Ghanem estaba por su cuenta, marchando hacia adelante justo en frente del Zotz.

La niña se echó hacia atrás y hacia delante, cantando en voz baja. El sudor corría por la parte posterior de su cuello.

Cuando Zotz comenzó a decir las palabras de rezo al dios de la lluvia, Daniel se inclinó hacia Luce. —No mires.

Entonces Luce fijó su mirada en Daniel, y él sobre ella. En todo el cenote, la multitud sostuvo la respiración. El compañero de equipo de Daniel lanzó un gruñido y dejó caer la pesada hacha sobre el cuello de la chica. Sin embargo, Luce escuchó el corte la hoja limpiamente, luego el golpe suave de la cabeza de Ghanan aterrizando en la tierra.

El rugido de la multitud se levantó una vez más: gritos de gracias a Ghanan, oraciones por su alma en el cielo, vigorosos deseos de lluvia.

¿Cómo podría la gente realmente pensar que asesinar a una chica inocente resolvería sus problemas? Este era el lugar donde Bill normalmente aparecería súbitamente. Pero Luce no lo veía por ninguna parte. Tenía un modo de desaparecer cuando Daniel aparecí.

Luce no quería saber qué había sucedido con la cabeza de Ghanan. Entonces oyó un profundo y reverberando chapoteo y supo que el cuerpo de la niña había llegado a su último lugar de descanso.

El hombre sin dientes se acercó. Esta vez cortó la unión de Ix Cuat y Hanhau. Luce tembló mientras él la llevaba ante el líder tribal. Las rocas eran agudas bajo sus pies. Se asomó por el borde de piedra caliza en el cenote. Ella pensó que podría estar enferma, pero Daniel apareció a su lado y ella se sintió mejor. Él asintió con la cabeza para que mirara a Zotz.

El jefe de la tribu le sonrió, mostrando dos topacios colocados en sus dientes delanteros. Entonó una oración para que Chaat la aceptara y le trajera a la comunidad meses de muchas lluvias nutritivas.

No, Luce pensó. Todo estaba mal. ¡Llévame lejos! le gritó a Daniel en su cabeza. Se volvió hacia ella, casi como si la hubiera oído.

El hombre sin dientes limpió la sangre de la Ghanan del hacha con un trozo de piel de animal. Con una gran fastuosidad le entregó la hoja a Daniel, que giró para estar cara a cara con Luce. Daniel parecía cansado, como si se arrastrara por el peso del hacha. Sus labios estaban fruncidos y blancos, y su mirada violeta nunca se dejó la suya.

La multitud se quedó en silencio, conteniendo el aliento. Viento cálido crujió entre los árboles mientras el hacha brillaba bajo el sol. Luce podía sentir que el final estaba cerca, ¿pero por qué? ¿Por qué su alma la había arrastrado hasta aquí? ¿Qué perspicacia de su pasado, o de la maldición, podría posiblemente ganar teniendo su cabeza cortada?

Entonces Daniel dejó caer el hacha al suelo.

—¿Qué estás haciendo? —Luce preguntó.

Daniel no respondió. Tiró sus hombros hacia atrás, volvió la cara hacia el cielo, y extendió sus brazos. Zotz dio un paso adelante para intervenir, pero cuando tocó el hombro de Daniel, él gritó y retrocedió como si hubiera sido quemado.

Y luego…

Las alas blancas de Daniel se desplegaron de sus hombros. Mientras se entendían por completo de sus lados, grandes y sorprendentemente brillantes contra el paisaje marrón tostado, enviaron veinte mayas a toda velocidad hacia atrás.

Gritos resonaron en todo el cenote:

—¿Qué es?

—¡El chico tiene alas!

—¡Él es un dios! ¡Enviado a nosotros por Chaat!

Luce se apaleó contra las cuerdas que ataban sus muñecas y tobillos. Tenía que correr hacia Daniel. Ella trató de avanzar hacia él, hasta…

Hasta que no pudo moverse más.

Las alas de Daniel eran tan brillantes que eran casi insoportables. Sólo que, ahora no se trataba de las alas de Daniel brillando. Era... todo de él. Todo su cuerpo brillaba. Como si hubiera tragado el sol.

La música llenó el aire. No, no era música, sólo era un simple acorde armónico. Ensordecedor e interminable, glorioso y temible.

Luce lo había oído antes... en alguna parte. En el cementerio de Espada y Cruz, la última noche que había estado allí, la noche que Daniel había luchado con Cam, y no le habían permitido a Luce mirar. La noche en que la Señorita Sophia la había arrastrado y Penn había muerto y nada nunca volvió a ser lo mismo. Todo había empezado con el mismo acorde, y estaba saliendo de Daniel. Él estaba encendido tan intensamente, que su cuerpo realmente zumbaba.

De pie, ella se tambaleó, incapaz de apartar la mirada. Una intensa ola de calor acarició su piel.

Detrás de Luce, alguien gritó. El grito fue seguido por otro y luego otro, y luego un coro de voces gritando.

Algo se estaba quemando. Era astringente y ahogante y revolvió su estómago al instante. Luego, en la esquina de su visión, se produjo una explosión de fuego, justo donde había estado de pie Zotz un momento antes. El auge la lanzó hacia atrás, y ella se alejó del ardiente resplandor de Daniel, tosiendo en la negra ceniza y en el humo amargo.

Hanhau se había ido, la tierra donde había estado de pie estaba carbonizada. El hombre sin dientes escondió su cara, tratando de no mirar al resplandor de Daniel. Pero era irresistible. Luce observó mientras el hombre se asomaba entre sus dedos y estallaba en un pilar en llamas.

En todo el cenote, los Mayas se quedaron mirando a Daniel. Y uno por uno, su brillantez los prendió en llamas. Pronto un brillante anillo de fuego iluminó la selva, iluminando a todo el mundo, excepto a Luce.

—¡Ix Cuat! —Daniel la alcanzó.

Su resplandor hizo a Luce gritar de dolor, pero incluso cuando se sentía como si estuviera al borde de la asfixia, las palabras brotaron de su boca. —Eres glorioso.

—No mires —suplicó él—. Cuando un mortal ve la verdadera esencia de un ángel, entonces… puedes ver lo que pasó con los demás. No puedo dejar que me deje tan pronto. Siempre tan pronto…

—Todavía estoy aquí —insistió Luce.

—Estás todavía… —Él estaba llorando—. ¿Puedes verme? ¿Al verdadero yo?

—Te puedo ver.

Y por sólo una fracción de segundo, ella pudo. Su visión se aclaró. Su resplandor era todavía radiante pero no tan cegador. Podía ver su alma. Estaba candente e impecable, y parecía —no había otra manera de decirlo— como Daniel. Y se sentía como volver a casa. Una oleada de alegría sin igual se difundió a través de Luce. En algún lugar en el fondo de su mente, una campana de reconocimiento sonó. Ella lo había visto así antes.

¿No era así?

Mientras su mente se esforzaba por extraer un pasado que no podía tocar, la luz de él comenzó a apoderarse de ella.

—¡No! —Ella gritó, sintiendo el fuego chamuscar su corazón y liberando su cuerpo de algo.

***

—¿Y bien? —La voz áspera de Bill ralló en sus tímpanos.

Ella estaba en contra de una losa de piedra fría. De vuelta en una de las cuevas de un Mensajero, atrapada en un gélido lugar intermedio en el que era difícil agarrarse de algo afuera. Desesperada, trató de imaginar a qué se había parecido Daniel allí —la gloria de su alma no disimulada— pero no podía. Ya estaba alejándose de ella. ¿Realmente había sucedido?

Luce cerró sus ojos, tratando de recordar exactamente a qué se había parecido. No había palabras para describirlo. Era sólo una conexión increíble y alegre.

—Lo vi.

—¿Quién, Daniel? Sí, lo vi, también. Él era el hombre que dejó caer el hacha cuando le llegó el turno de cortar. Gran error. Enorme.

—No, realmente lo vi. Como es realmente es. —Su voz tembló—. Era tan hermoso.

—Oh, eso. —Bill sacudió la cabeza, molesto.

—Lo reconocí. Creo que lo he visto antes.

—Lo dudo. —Bill tosió—. Esa fue la primera y última vez que serás capaz de verlo así. Lo viste, y luego moriste. Eso es lo que sucede cuando la carne mortal mira la gloria de un ángel desenfrenada. Una muerte instantánea. Quemado por la belleza de los ángeles.

—No, no fue así.

—Viste lo que pasó con todos los demás. Poof. Se fueron. —Bill se dejó caer a su lado y acarició su rodilla—. ¿Por qué crees que los Mayas comenzaron a hacer sacrificios de fuego después de eso? Una tribu vecina descubrió los restos carbonizados y tuvieron que explicarlo de alguna manera.

—Sí, se incendiaron de inmediato. Pero duré mucho más…

—¿Un par de segundos más? ¿Cuándo diste la vuelta? Felicitaciones.

—Estás equivocado. Y sé que lo he visto eso antes.

—Has visto sus alas antes, tal vez. ¿Pero Daniel deshaciéndose de su apariencia humana y mostrándote su verdadera forma como un ángel? Te mata siempre.

—No. —Luce negó con la cabeza—. ¿Estás diciendo que nunca me puede mostrar quién es realmente?

Bill se encogió. —No sin evaporizarte a ti y a todos a tu alrededor. ¿Por qué crees que Daniel es muy cauteloso al besarte todo el tiempo? Su gloria brilla muy condenadamente brillante cuando dos se calientan y se importan.

Luce sentía que apenas podía sostenerse. —¿Es por eso que a veces muero cuando nos besamos?

—¿Qué tal una ronda de aplausos para la chica? —dijo Bill irritablemente.

—Pero, ¿qué pasa con todas aquellas otras veces cuando me muero antes que nos besemos, antes…?

—¿Antes de que tengas la oportunidad de ver cuán tóxica podría llegar a ser su relación?

—Cállate.

—Francamente, ¿cuántas veces tienes que ver la misma línea histórica antes de darte cuenta de nada nunca va a cambiar?

—Algo ha cambiado —dijo Luce—. Es por eso que estoy en este viaje, es por eso que todavía estoy viva. Si tan sólo pudiera volver a verlo (todo de él) sé que podría manejarlo.

—No lo entiendes. —La voz de Bill estaba aumentando—. Estamos hablando de todo esto en términos muy mortales. —Mientras se ponía más agitado, saliva volaba de sus labios—. Este es el gran momento, y tú claramente no puedes manejarlo.

—¿Por qué estás tan enojado de repente?

¡Porque! Porque. —Él se paseó por la cornisa, rechinando sus dientes—. Escúchame: Daniel se equivocó esta vez, se mostró, pero nunca lo hará de nuevo. Nunca. Él aprendió su lección. Ahora tú has aprendido una, también: la carne mortal no puede contemplar la verdadera forma de un ángel sin morir.

Luce se apartó de él, cada vez más enojada consigo misma. Tal vez Daniel cambió después de esta vida en Chichén Itzá, tal vez se había vuelto más cauteloso en el futuro. ¿Pero qué hay del pasado?

Se acercó al límite de la cornisa en el interior del Mensajero, mirando en la inmensa y cavernosa oscuridad que abrió un túnel sobre ella en su desconocida oscuridad.

Bill se cernió sobre ella, rodeando su cabeza como si estuviera tratando de quedarse adentro. —Sé lo que estás pensando, y sólo vas a terminar decepcionada. —Se acercó a su oído y le susurró—: O algo peor.

No había nada que pudiera decir que la detuviera. Si hubo un Daniel en el pasado que aún dejaba caer su guardia, entonces Luce lo encontraría.


NT:
(1)Wayeb: Para la cultura Maya, es un periodo de transición que consta de 5 días y antecede al inicio del año nuevo Maya. Durante este tiempo se dedica tiempo a reflexionar sobre el año que termina y a pedir por la paz y prosperidad para el futuro.

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