martes, 12 de julio de 2011

capitulo 3 - passion laurent kate

Capítulo 3
Sólo los tontos se enamoran


Traducido por Emii_Gregori



Milán, Italia. 25 de Mayo de 1918.

Luce salió vacilante del Mensajero hacia el sonido de las explosiones. Ella se agachó y cubrió sus oídos.

Violentas explosiones sacudieron la tierra. Un auge masivo continuo, cada uno más espectacular y paralizante que el anterior, hasta que el sonido y los temblores retumbaron de modo que no parecía haber ninguna interrupción en el asalto. No había manera de escapar del alboroto, ni tampoco había un final.

Luce tropezó en la estridente oscuridad, enrollándose en sí misma, tratando de proteger su cuerpo. Las explosiones vibraban en su pecho, escupiéndole tierra a sus ojos y a su boca.

Todo esto ocurrió antes de que ella aún hubiera tenido una oportunidad de ver dónde había terminado. Con cada deslumbrante explosión, vislumbraba campos apisonados, entrecruzados con alcantarillas y vallas destartaladas. Pero entonces el flash desaparecía y ella estaba ciega de nuevo.

Bombas. Todavía estaban sonando.

Algo andaba mal. Luce había querido decir dar un paso a través del tiempo, para alejarse de Moscú y de la guerra. Pero debe haber terminado exactamente donde había comenzado. Roland le había advertido sobre esto —sobre los peligros de viajar en un Mensajero. Pero había estado demasiado obstinada para escuchar.

En la cerrada oscuridad, Luce tropezó con algo y aterrizó fuertemente boca abajo en la tierra.

Alguien gruñó. Luce había aterrizado en la parte superior de alguien.

Ella jadeó y se retorció lejos, sintiendo una punzada aguda en su cadera de donde había caído. Pero cuando vio al hombre tendido en el suelo, olvidó su propio dolor.

Era joven, de su misma edad. Pequeño, de rasgos delicados y tímidos ojos marrones. Su rostro estaba pálido. Su respiración llegó con jadeos bajos. La mano ahuecada sobre su estómago estaba cubierta de mugre negra. Y bajo aquella mano, su uniforme estaba empapado de oscura sangre color rojo.

Luce que no podía apartar la mirada de la herida. —No debo estar aquí —se susurró ella a sí misma.

Los labios del muchacho temblaron. Su mano ensangrentada se sacudió cuando hizo la señal de la cruz sobre su pecho. —Oh, he muerto —dijo, mirándola con sus ojos muy abiertos—. Eres un ángel. He muerto y he ido a… ¿estoy en el Cielo?

Él alargó la mano hacia ella, con su mano temblorosa. Quiso gritar o vomitar, pero lo único que ella podía hacer era cubrir sus manos y presionarlas de nuevo en el profundo agujero de su estómago. Otro auge sacudió el suelo y el chico se recostó sobre ello. La sangre fresca se filtraba a través del tejido de los dedos de Luce.

—Soy Giovanni —susurró, cerrando los ojos—. Por favor. Ayúdame. Por favor.

Sólo entonces Luce se dio cuenta que ya no estaba en Moscú. El suelo debajo de ella era más cálido. No estaba cubierto de nieve, pero una llanura cubierta de hierba estaba rota en algunos lugares, exponiendo el rico suelo negro. El aire era seco y polvoriento. Este chico le había hablado en italiano, y justo como había hecho en Moscú, ella le entendió.

Sus ojos se habían adaptado. Podía ver reflectores en la distancia, vagabundeando sobre colinas de tonos púrpura. Y más allá de las colinas, un cielo vespertino estaba salpicado de brillantes estrellas blancas. Luce se dio la vuelta. Ella no podía ver las estrellas sin pensar en Daniel, y ella no podía pensar en Daniel ahora mismo. No con las manos presionadas en el vientre de este chico, no con él a punto de morir.

Al menos no había muerto aún.

Él sólo pensaba que lo había hecho.

Ella no podía culparlo. Después de haber sido golpeado, probablemente había entrado en un estado de shock. Y entonces tal vez la había visto llegar a través del Mensajero, un túnel negro apareciendo de la nada. Debe haber estado aterrorizado.

—Vas a estar bien —dijo ella, usando un perfecto italiano que siempre había querido aprender. Se sintió asombrosamente natural en su lengua. Su voz, también, salió más suave y más tersa de lo que esperaba; esto le hizo preguntarse cómo había sido en esta vida.

Una lluvia de disparos ensordecedores le hizo saltar. Armas de fuego. Interminables, en una sucesión rápida, trazando brillantes arcos a través del cielo, ardiendo las líneas blancas en su visión, seguido por un montón de gritos en italiano. Luego el golpe de pasos en la tierra. Cada vez más cerca.

—Nos estamos retirando —masculló el chico—. Eso no es bueno.

Luce miró hacia el sonido de los soldados corriendo en su dirección y notó por primera vez que ella y el soldado herido no estaban solos. Al menos otros diez hombres yacían heridos a su alrededor, gimiendo, temblando y sangrado en la negra tierra. Su ropa estaba chamuscada y desmenuzada de la mina de tierra que debe haberles tomado por sorpresa. El rico hedor de putrefacción, sudor y sangre se sentó pesado en el aire, cubriendo todo. Era tan horrible —Luce tuvo que morderse el labio para no gritar.

Un hombre con uniforme de un oficial pasó corriendo junto a ella, luego se detuvo. —¿Qué hace ella aquí? Esta es una zona de guerra, no un lugar para enfermeras. No nos serás de ayuda muerta, niña. Por lo menos haz algo útil. Necesitamos cargar a las víctimas.

Él se molestó antes de Luce pudiera responder. Debajo de ella, los ojos del chico comenzaban a caer y todo su cuerpo temblaba. Ella miró a su alrededor desesperadamente en busca de ayuda.

Alrededor de una milla y media de distancia estaba un angosto camino de tierra con dos camiones de aspecto antiguo y dos pequeñas y achaparradas ambulancias estacionadas a su lado.

—Ya vuelvo —le dijo Luce al chico, presionando sus manos con más fuerza contra su estómago para controlar el sangrado. Él gimió cuando ella se apartó.

Ella corrió hacia los camiones, tropezando con sus pies cuando otra bomba cayó detrás de ella, haciendo que la tierra diera sacudidas.

Un grupo de mujeres en uniforme blanco se juntaron alrededor de la parte de atrás de uno de los camiones. Enfermeras. Ellas sabrían qué hacer, cómo ayudar. Pero cuando Luce estuvo lo suficientemente cerca como para ver sus rostros, su corazón se hundió. Ellas eran niñas. Algunas de ellas no podrían tener más de catorce años. Sus uniformes parecían trajes.

Ella exploró sus rostros, buscándose en uno de ellos. Debe haber habido una razón por la que había entrado en este Infierno. Pero nadie resultaba familiar. Era difícil entender a las expresiones tranquilas y claras de las chicas. Ninguna de ellas mostraba el terror que Luce sabía que era claro en su propia cara. Tal vez ellas ya había visto suficiente de la guerra para acostumbrarse a lo que hicieron.

—Agua. —La voz de una mujer mayor vino desde el interior del camión—. Vendajes y gasas.

Ella estaba distribuyéndole a las chicas provisiones, cargándolas, luego se pusieron a trabajar armando una clínica improvisada en el lado de la carretera. Una fila de hombres heridos ya habían sido trasladados detrás del camión para su tratamiento. Más estaban en camino. Luce se unió a la línea de suministros. Estaba oscuro y nadie le dirigió la palabra. Podía sentirlo ahora —el estrés de las enfermeras jóvenes. Deben haber sido entrenadas para mantener una tranquila y equilibrada fachada a los soldados, pero cuando la chica delante de Luce llegó para tomar su ración de suministros, sus manos estaban temblando.

Alrededor de ellos, los soldados se movieron rápidamente en parejas, llevando a los heridos bajo sus brazos y por sus pies. Algunos de los hombres siendo llevados murmuraban preguntas sobre la batalla, preguntando sobre cuán mal habían sido golpeados. Luego estabas los más gravemente heridos, cuyos labios no podrían formular preguntas porque estaban demasiado ocupados mordiéndose los gritos, que tenían que ser levantados por la cintura ya que una o ambas de sus piernas habían sido voladas por una mina de tierra.

—Agua. —Una jarra cayó en los brazos de Luce—. Vendajes y gasas. —La enfermera superior descargó la ración de suministros de forma mecánica, lista para pasar a la siguiente chica, pero luego no lo hizo. Ella fijó su mirada en Luce. Sus ojos viajaron hacia abajo, y Luce notó que todavía llevaba el abrigo de lana pesada de la abuela Luschka en Moscú. Lo cual era una cosa buena, porque por debajo del abrigo estaban sus pantalones y su camisa de botones de su vida actual.

—Uniforme —dijo finalmente la mujer en el mismo tono monótono, tirándole un vestido blanco y un gorro de enfermera como el que las otras chicas estaban usando.

Luce asintió agradecida, luego se agachó detrás de un camión para cambiarse. Era un vestido ondulante blanco que llegaba a sus tobillos y olía fuertemente a cloro. Ella trató de limpiar la sangre del soldado de sus manos, con el abrigo de lana, y luego la arrojó detrás de un árbol. Pero en el momento que abotonó su uniforme de enfermera, subió sus mangas, y ató el cinturón alrededor de su cintura, completamente cubierto de oxidadas rayas rojas.

Agarró los suministros y volvió corriendo al otro lado de la carretera. La escena que tenía delante era horrible. El oficial no le había mentido. Había por lo menos un centenar de hombres que necesitaban ayuda. Miró las vendas en sus brazos y se preguntó qué era lo que debería estar haciendo.

—¡Enfermera! —gritó un hombre. Él estaba deslizando una camilla en la parte trasera de una ambulancia—. ¡Enfermera! Éste necesita una enfermera.

Luce se dio cuenta de que estaba hablando con ella. —Oh —dijo con voz débil—. ¿Yo? —Ella miró detenidamente a la ambulancia. Era estrecha y oscura por dentro. Un espacio que parecía haberse hecho para dos personas ahora sostenía seis. Los soldados heridos fueron recostados en camillas deslizadas en hondas de tres-niveles en ambos lados. No había lugar para Luce excepto en el suelo.

Alguien la estaba empujando a un lado: un hombre, deslizando otra camilla en el pequeño espacio vacío en el suelo. El soldado yacido en ella estaba inconsciente, con su cabello negro pegado a su cara.

—Continúa —le dijo el soldado a Luce—. Nos estamos yendo.

Cuando ella no se movió, él señaló un taburete de madera colocado en el interior de la puerta trasera de la ambulancia con una cuerda atravesada. Se inclinó e hizo un estribo con las manos para ayudarle a Luce hasta el taburete. Otra bomba sacudió la tierra, y Luce no pudo contener el grito que escapó de sus labios.

Ella le echó una mirada de disculpa al soldado, respiró hondo, y saltó.

Cuando ya estaba sentada en el pequeño taburete, él le entregó la jarra de agua y la caja de gasas y vendas. Comenzó a cerrar la puerta.

—Espera —susurró Luce—. ¿Qué debo hacer?

El hombre hizo una pausa. —Sabes lo largo que es el viaje a Milán. Venda sus heridas y mantenlo cómodo. Haz lo mejor que puedas.

La puerta se cerró con Luce sobre ella. Ella se tuvo que agarrar del taburete para impedir que se cayera y aterrizara en el soldado a sus pies. La ambulancia estaba ahogándose en calor. Olía fatal. La única luz provenía de una pequeña linterna que colgaba de un clavo en la esquina. La única ventana estaba directamente detrás de su cabeza en el interior de la puerta. Ella no sabía lo que había sucedido con Giovanni, el chico con la bala en el estómago. Ya sea si alguna vez volviera a verlo. Ya sea si iba a vivir toda la noche.

El motor arrancó. La ambulancia aceleró y se tambaleó hacia adelante. El soldado en uno de los cabestrillos superiores comenzó a gemir.

Después de que hubieran alcanzado una velocidad estable, Luce oyó el sonido de repiqueteo de una fuga. Algo estaba goteando. Ella se inclinó hacia delante en el taburete, entrecerrando sus ojos en la débil luz de la linterna.

Era la sangre del soldado en la litera superior goteando a través del cabestrillo tejido sobre el soldado en la litera del medio. Los ojos del soldado estaban medio abiertos. Él miraba la caída de sangre sobre su pecho, pero estaba herido tan gravemente que no podría alejarse. No hizo ningún sonido. No antes de que el hilo de sangre se convirtiera en un arroyo.

Luce gimió con el soldado. Comenzó a levantarse de su taburete, pero no había lugar para ella a menos que se sentara a horcajadas sobre el soldado en el suelo. Con cuidado, acuñó sus pies alrededor de su pecho. Mientras la ambulancia se estremeció a lo largo del camino de tierra desigual, agarró la lona tensa del cabestrillo superior y sostuvo un puñado de gasa contra el botón. La sangre se empapó a través de sus dedos en cuestión de segundos.

—¡Ayuda! —Ella llamó al conductor de la ambulancia. No sabía si aún sería capaz de oírla.

—¿Qué es? —El conductor tenía un grueso acento regional.

—Este hombre aquí atrás… tiene una hemorragia. Creo que está muriendo.

—Todos estamos muriendo, bella —dijo el conductor. ¿Realmente estaba coqueteando con ella ahora? Un segundo después, él se giró, miró a su través de la abertura detrás del asiento del conductor—. Mira, lo siento. Pero no hay nada que hacer. Tengo que conseguir que el resto de estos chicos lleguen al hospital.

Tenía razón. Ya era demasiado tarde. Cuando Luce apartó su mano bajo la camilla, la sangre comenzó a brotar de nuevo. Tan fuerte que no parecía posible.

Luce no tenía palabras de consuelo para el chico en el cabestrillo del medio, cuyos ojos estaban muy abiertos y petrificados, y cuyos labios susurraban un furioso Ave María. El flujo de sangre del otro chico escurría por sus costados, reuniéndose en el espacio donde sus caderas se encontraban con el cabestrillo.

Luce quiso cerrar sus ojos y desaparecer. Ella quiso cernirse a través de las sombras proyectadas por la linterna, para encontrar un Mensajero que la llevaría a otra parte. A cualquier otro lugar.

Como la playa sobre las rocas bajo el campus de Shoreline. Donde Daniel la había tomado para bailar en el mar, bajo las estrellas. O en el hoyo prístino de natación donde les había vislumbrado a ambos zambullirse, cuando ella había usado el traje de baño amarillo. Ella habría tomado a Espada y Cruz sobre esta ambulancia, incluso con los más duros momentos, como la noche en que se había encontrado con Cam en ese bar. Como cuando ella lo besó. Incluso habría tomado Moscú. Eso era peor. Ella nunca se había enfrentado a nada como esto antes.

Excepto…

Por supuesto que lo había hecho. Ya debe haber vivido algo casi exactamente como esto. Es la razón por la que había terminado aquí. En algún lugar de este mundo desgarrado por la guerra estaba la niña que murió y volvió a la vida y llegó a su ser. Ella estaba segura de ello. Debe haber cubierto heridas, llevado agua y suprimido las ganas de vomitar. Le dio fuerza a Luce para pensar en la chica que había vivido antes.

La corriente de sangre comenzó a gotear, luego se convirtió en un goteo muy lento. El chico de abajo se había desmayado, entonces Luce observó en silencio por sí misma durante mucho tiempo. Hasta que el goteo se detuvo completamente.

Luego alcanzó una toalla y agua y comenzó a lavar al soldado en la litera del medio. Había pasado un poco tiempo desde que él había tomado un baño. Luce le lavó suavemente y cambió el vendaje alrededor de su cabeza. Cuando él volvió en sí, ella le dio un sorbo de agua. Su respiración se igualó, y dejó de mirar el cabestrillo sobre él con terror. Parecía sentirse más cómodo.

Todos los soldados parecían hallar algo de consuelo mientras ella les atendía, incluso el que estaba en medio del suelo, que nunca abrió los ojos. Ella limpió la cara del chico que había muerto en la litera superior. No podía explicar por qué. Ella quería él estuviera con más paz, también.

Era imposible decir cuánto tiempo había pasado. Todo lo que Luce sabía era que estaba oscuro y rancio, su espalda le dolía, su garganta estaba seca y estaba agotada —y ella estaba mejor que cualquiera de los hombres que la rodeaban.

Ella había dejado el soldado sobre la camilla en la parte inferior izquierda hasta el final. Había sido golpeado fuertemente en el cuello, y Luce estaba preocupada de que iba a perder aún más la sangre si trataba cerrar la herida. Ella hizo lo mejor que puedo, sentándose al lado de su cabestrillo y limpiando con una esponja su mugrienta cara, lavando un poco de sangre de su cabello rubio. Él era hermoso bajo todo ese barro. Muy hermoso. Pero se distrajo por el cuello, que seguía sangrando a través de la gasa. Cada vez que ella siquiera se acercaba a él, gritaba de dolor.

—No te preocupes —susurró—. Lo harás.

—Lo sé. —Su voz era tan tranquila, y sonaba tan increíblemente triste, que Luce no estaba segura de haberle oído bien. Hasta entonces, había pensado que estaba inconsciente, pero algo en su voz parecía alcanzarlo.

Sus párpados revolotearon. Luego, lentamente, se abrieron.

Eran violetas.

El jarro de agua cayó de sus manos.

Daniel.

Su instinto era arrastrarse a su lado y cubrir sus labios de besos, pretendiendo que no estaba tan mal herido como estaba.

Al verla, los ojos de Daniel se abrieron y comenzó a sentarse. Pero entonces la sangre comenzó a fluir de nuevo de su cuello y su rostro se agotó de todo su color. Luce no tuvo más remedio que detenerlo.

Shhh. —Ella presionó sus hombros hacia atrás contra la camilla, tratando de conseguir que se relajara.

Él se retorció bajo su apretón. Cada vez que lo hacía, nueva sangre brillante florecía a través de la venda.

—Daniel, tienes que dejar de luchar —rogó—. Por favor, deja de luchar. Por mí.

Ellos cerraron sus ojos por un largo e intenso momento —y luego la ambulancia llegó a una parada brusca. La puerta trasera se abrió. Un soplo impactante de aire fresco fluyó adentro. Las calles estaban tranquilas, pero el lugar tenía la percepción de una gran ciudad, incluso en medio de la noche.

Milán. Allí era donde el soldado había dicho que iban cuando le ha asignado esta ambulancia. Deben estar en un hospital de Milán.

Dos hombres con uniformes del ejército se presentaron en las puertas y comenzaron a deslizar las camillas con una rápida precisión. En cuestión de minutos, el herido fue colocado sobre el carro y transportado. Los hombres empujaron a Luce fuera del camino así podrían aflojar la camilla de Daniel. Sus párpados se agitaron de nuevo, y ella pensó que él extendía la mano hacia ella. Observó desde la parte trasera de la ambulancia hasta que desapareció de la vista. Entonces ella comenzó a temblar.

—¿Estás bien? —Una chica asomó su cabeza en el interior. Ella era dulce y bonita, con una pequeña boca roja y un oscuro y largo cabello recogido en un giro bajo. Su vestido de enfermera era más ajustado que el que Luce estaba usando, y estaba tan blanco y limpio que le hizo a Luce darse cuenta de cuan sangrienta y mugrosa estaba.

Luce saltó a sus pies. Se sentía como si hubiera sido sorprendida haciendo algo vergonzoso.

—Estoy bien —dijo rápidamente—. Yo sólo…

—No tienes que explicarlo —dijo la chica. Su rostro se cayó mientras miraba ella por el interior de la ambulancia—. Puedo decirlo, era uno malo.

Luce miró detenidamente mientras la chica lanzaba un cubo de agua en la ambulancia, y luego se alzó a sí misma en el interior. Ella se puso a trabajar inmediatamente, lavando los cabestrillos ensangrentados, limpiando el suelo, enviando ondas de agua teñida de rojo por la puerta trasera. Sustituyó la ropa sucia en el armario con las limpias y añadió más gasolina a la linterna. Ella no podría tener más de trece años.

Luce se puso de pie para ayudar, pero la chica le indicó lo contrario. —Siéntate. Descansa. Solo fuiste trasladada aquí, ¿no?

Vacilante, Luce asintió.

—¿Estabas sola venías? —La chica dejó de limpiar por un momento, y cuando miró a Luce, sus ojos color avellana se llenaron de compasión.

Luce comenzó a responder, pero su boca estaba tan seca que no podía hablar. ¿Cómo le había llevado tanto tiempo reconocer que estaba mirándose a sí misma?

—Lo estaba —se las arregló para susurrar—. Estaba completamente sola.

La chica sonrió. —Bueno, ya no lo estarás. Hay muchas de nosotras aquí en el hospital. Tenemos a las mejores enfermeras. Y los pacientes más lindos. Que a ti no te importe, no creo. —Ella comenzó a extender su mano, pero luego bajó la mirada y se dio cuenta de lo sucia que estaba. Ella se rió y levantó su trapeador nuevo.

—Soy Lucia.

Lo sé, Luce se detuvo a sí misma de decir. —Soy…

Su mente quedó en blanco. Ella trató de pensar en un nombre, cualquier nombre que funcionara. —Soy Doree… Doria —dijo finalmente. Casi el nombre de su madre—. ¿Sabes… a dónde se llevaron a los soldados que estaban aquí?

—Uh-oh. Aún no estás enamorada de uno de ellos, ¿verdad? —bromeó Lucia—. Los nuevos pacientes se llevan a la sala este para signos vitales.

—La sala al este —se repitió Luce a sí misma.

—Pero debes ir a ver a la Señorita Fiero en la estación de las enfermeras. Ella hace el registro y la programación. —Lucía se rió de nuevo y bajó su voz, inclinándose hacia Luce—. Y el doctor, ¡los martes por la tarde!

Todo lo que Luce podía hacer era mirar a Lucia. De cerca, su propio pasado era tan real, tan vivo, el tipo de chica con quien Luce habría trabado amistad de inmediato si las circunstancias hubieran sido alguna pizca de lo normal. Quería llegar y abrazar a Lucia, pero fue superada por un miedo indescriptible. Había limpiado las heridas de siete soldados medio muertos —incluyendo al amor de su vida— pero no estaba segura de qué hacer cuando se trataba de Lucía. La chica parecía demasiado joven para saber alguno de los secretos que Luce estaba buscando —sobre la maldición, los Relegados. Luce temía sólo asustar a Lucia si ella empezaba a hablar sobre la reencarnación y el Cielo. Había algo en los ojos de Lucía, algo acerca de su inocencia —Luce notó que Lucía sabía aún menos que ella.

Ella se bajó de la ambulancia y se apartó.

—Fue un placer conocerte, Doria —llamó Lucia.

Pero luce ya se había ido.


Tuvo que pasar por seis erróneas habitaciones, tres soldados asustados, y uno derribado sobre el botiquín antes de Luce lo encontrara.

Daniel estaba compartiendo una habitación en la sala este con otros dos soldados. Uno de ellos era un hombre silencioso cuya cara había sido vendada por completo. El otro roncaba fuertemente, con una botella de whisky no muy bien escondida bajo su almohada y dos piernas rotas elevadas en un cabestrillo.

La habitación en sí estaba vacía y estéril, pero esta tenía una ventana que daba a una amplia avenida de la ciudad bordeada de árboles naranjas.

De pie sobre su cama, mirándolo dormir, Luce lo podía ver. La forma en que su amor habría florecido aquí. Ella podía ver a Lucia entrar para traerle a Daniel su comida, abriéndose hasta ella lentamente. La pareja sería inseparable hasta el momento en que Daniel se recuperara. Eso la hizo sentir celosa y culpable y confundida porque no podía decir ahora mismo si su amor era una cosa hermosa, o si se trataba de otro caso de cuán impropio se trataba.

Si ella fue tan joven cuando se conocieron, deben haber tenido una larga relación en esta vida. Ella habría tenido que pasar años con él antes de que sucediera. Antes de morir y encarnar en otra vida por completo. Ella debe haber pensado que estarían juntos para siempre —y ella no debe ni siquiera saber por cuánto tiempo significaba para siempre.

Pero Daniel sabía. Siempre sabía.

Luce se dejó caer al lado de su cama, con cuidado de no despertarlo. Tal vez no siempre había sido muy cerrado y difícil de alcanzar. Ella sólo le había visto en su vida en Moscú susurrarle algo en el momento crítico antes de morir. Tal vez si ella pudiera sólo hablar con él en esta vida, él la trataría de una manera diferente al Daniel que ella conocía. No puede ocultar mucho de ella. Él podría ayudarle a entender. Podría decirle la verdad, para un cambio.

Luego podría volver al presente y no tendrían que haber más secretos. Era todo lo que realmente quería: para que ambos se amaran el uno al otro abiertamente. Y para que ella no muriera.

Ella extendió su mano y tocó su mejilla. Amaba a su mejilla. Él estaba estropeado y herido y probablemente trastornado, pero su mejilla era cálida y suave y, sobre todo, era Daniel. Era tan hermoso como siempre. Su rostro era tan pacífico en su sueño que Luce pudo haberlo mirado desde todos los ángulos durante horas sin aburrirse. Él era perfecto para ella. Sus perfectos labios eran absolutamente iguales. Cuando los tocó con su dedo, ellos eran tan suaves que tuvo que inclinarse para un beso. Él no se movió.

Ella trazó su línea de la mandíbula con sus labios, le besó en el lateral de su cuello que no estaba herido y en la clavícula. En la parte superior de su hombro derecho, sus labios se detuvieron sobre una pequeña cicatriz blanca.

Habría sido casi imperceptible para los demás, pero Luce sabía que este era el lugar donde las alas de Daniel se extendían. Besó el tejido de la cicatriz. Era tan difícil verlo indefenso en la cama del hospital cuando ella sabía de lo que era capaz. Con sus alas envueltas alrededor de ella, Luce siempre pierde la pista de todo lo demás. ¡Lo que ella no daría por ver que se desplegaran ahora, en el gran esplendor blanco que parecía para robar toda la luz de una habitación! Ella puso su cabeza sobre su hombro, con la cicatriz caliente contra su piel.


Su cabeza se alzó. Ella no se había percatado que se había dormido hasta que la camilla que rodó de forma chirriante por el piso de madera irregular en el pasillo la asustó despertándola.

¿Qué hora era? La luz del sol entraba por la ventana sobre las sábanas blancas en las camas. Ella hizo girar su hombro, tratando de aflojar un calambre. Daniel todavía estaba dormido.

La cicatriz sobre su hombro parecía más blanca en la luz de la mañana. Luce quería ver el otro lado, la cicatriz que hacía juego, pero estaba envuelta en una gasa. Por lo menos, la herida parecía haber dejado de sangrar. La puerta se abrió y Luce se irguió.
Lucía estaba de pie en la puerta, sosteniendo tres bandejas cubiertas apiladas en sus brazos. —¡Oh! Estás aquí. —Ella sonó sorprendida—. Así que ellos ya han desayunado, ¿entonces?

Luce se sonrojó y sacudió su cabeza. —Yo… uh…

—Ah. —Los ojos de Lucia se iluminaron—. Conozco esa mirada. La tienes dañina para alguien. —Puso la bandeja del desayuno en un carro y llegó hasta situarse al lado de Luce—. No te preocupes, no voy a decirlo… siempre y cuando lo apruebe. —Ella inclinó la cabeza para mirar a Daniel, y lo miró fijamente durante mucho tiempo. Ella no se movió ni respiró.

Sintiendo los ojos de la chica ensancharse al ver a Daniel por primera vez, Luce no sabía qué sentir. Empatía. Envidia. Pena. Todo eso estaba allí.

—Él es celestial. —Lucía sonó como si fuera a llorar—. ¿Cuál es su nombre?

—Su nombre es Daniel.

—Daniel —repitió la joven, haciendo a la palabra sonar sagrada mientras salía de sus labios—. Algún día, encontraré a un hombre así. Algún día, los volveré a todos locos. Tal como lo haces tú, Doria.

—¿Qué quieres decir? —Luce preguntó.

—Hay que otro soldado, ¿dos puertas más abajo? —Lucia le dirigió la palabra a Luce sin apartar sus ojos de Daniel—. Sabes, ¿Giovanni?

Luce negó con la cabeza. Ella no lo hacía.

—El que está a punto de ir a cirugía…sigue preguntando por ti.

—Giovanni. —El chico que había recibido un disparo en el estómago—. ¿Él está bien?

—Claro. —Lucia sonrió—. No voy a decirle que tienes novio. —Ella hizo un guiño hacia Luce y señaló a las bandejas de desayuno—. Te dejaré hacer la parte de las comidas —dijo al salir—. ¿Encuéntrame luego? Quiero saber todo sobre ti y Daniel. Toda la historia, ¿de acuerdo?

—Claro —mintió Luce, su corazón se hundió un poco.

A solas con Daniel de nuevo, Luce estaba nerviosa. En el patio trasero de sus padres, después de la batalla con los Relegados, Daniel había lucido tan horrorizado cuando la vio pasar por el Mensajero. En Moscú, también. ¿Quién sabía lo que este Daniel haría cuando abriera los ojos y descubriera que ella había venido?

Si alguna vez abría sus ojos.

Ella se inclinó sobre la cama de nuevo. Tuvo que abrir los ojos, ¿no? Los ángeles no pueden morir. Lógicamente, ella pensó que era imposible, pero qué si… ¿qué si volviendo en el tiempo había estropeado algo? Ella había visto las películas de Volver al Futuro y una vez pasó una prueba en la clase de ciencias sobre física cuántica. Lo que estaba haciendo aquí está probablemente estropeando el continuo espacio-tiempo. Y Steven Filmore, el demonio que atrapó humanidades en Shoreline, había dicho algo acerca de alterar el tiempo.

Ella no sabía realmente lo que eso quería decir, pero sabía que podía ser muy malo. Como borrar-toda-tu-existencia-pasado. O tal vez matar-a-tu-novio-ángel-del-pasado.

Fue entonces cuando Luce entró en pánico. Agarrando los hombros de Daniel, comenzó a sacudirlo. Ligeramente, con cuidado —él había pasado por una guerra, después de todo. Pero lo suficiente como para hacerle saber que necesitaba una señal. Ahora mismo.

—Daniel —susurró—. ¿Daniel?

Allí. Sus párpados comenzaron a revolotear. Ella dejó escapar un suspiro. Sus ojos se abrieron lentamente, como lo habían hecho la noche anterior. Y justo como la noche anterior, cuando aquellos ojos registraron a la chica delante de ellos, sobresalieron. Sus labios se separaron. —Tú estás… vieja.

Luce se ruborizó. —Yo lo estoy —dijo ella, riendo. Antes, nadie le había llamado vieja.

—Sí, loe estás. Estás muy vieja. —Parecía casi decepcionado. Se frotó la frente—. Quiero decir… ¿cuánto tiempo he estado…?

Luego recordó: Lucía era más joven. Pero Daniel no había conocido aún a Lucía. ¿Cómo podría haber sabido qué edad tenía?

—No te preocupes por eso —dijo ella—, Tengo que decirte algo, Daniel. Soy… no soy quien te crees que soy. Quiero decir, lo soy, supongo, siempre lo he sido, pero esta vez, he venido desde... uh...

El rostro de Daniel se retorció. —Por supuesto. Diste un paso para llegar hasta aquí.

Ella asintió. —Tuve que hacerlo.

—Me había olvidado —murmuró, confundiendo a Luce aún más—. ¿Desde qué la distancia? No. No me lo digas. —Él le hizo gestos con la mano, avanzando lentamente de nuevo en su cama, como si ella tuviera algún tipo de enfermedad—. ¿Cómo es eso posible? No había escapatorias en la maldición. No deberías ser capaz de estar aquí.

—¿Escapatorias? —Luce preguntó—. ¿Qué tipo de escapatorias? Tengo que saber…

—No te puedo ayudar —dijo, y tosió—. Tienes que aprender por su cuenta. Esas son las reglas.

—Doria. —Una mujer que Luce nunca había visto estaba de pie en la puerta. Ella era mayor, rubia y fuerte, con una gorra almidonada de la Cruz Roja fijada de modo que se sentara en un ángulo sobre su cabeza. En un primer momento, Luce no se dio cuenta de que la mujer se dirigía a ella—. Eres Doria, ¿no? ¿La nueva transferida?

—Sí —dijo Luce.

—Tendremos que hacer el papeleo en la mañana —dijo la mujer secamente—. No tengo ninguno de tus registros. Pero primero, me harás un favor.

Luce asintió. Se dio cuenta que estaba en problemas, pero ella tenía cosas más importantes para preocuparse que esta mujer y su papeleo.

—Private Bruno está yendo a cirugía —dijo la enfermera.

—Está bien. —Luce intentó concentrarse en la enfermera, pero lo único que quería era volver a su conversación con Daniel. Ella había llegado finalmente a alguna parte, ¡finalmente encontró otra pieza en el rompecabezas de su vida!

—¿Private Bruno Giovanni? Él solicitó que la enfermera de servicio sea llevada a cirugía. Dice que se siente fresco con la enfermera que le salvó la vida. ¿Su ángel? —La mujer le dio a Luce una mirada penetrante—. Las chicas me dicen que eres tú.

—No —dijo Luce—. No soy…

—No importa. Es lo que él cree. —La enfermera señaló hacia la puerta—. Vamos.

Luce se levantó de la cama de Daniel. Él miraba más allá de ella, hacia la ventana. Ella suspiró. —Tengo que hablar contigo —susurró, a pesar de que no encontrara su mirada—. Ya vuelvo.


La cirugía no fue tan terrible como podría haber sido. Todo lo que Luce tenía que hacer era sostener la pequeña y suave mano de Giovanni y susurrarle cosas, pasarle unos pocos instrumentos al doctor y tratar de no mirar cuando él metió la mano en la oscura masa color rojo del intestino expuesto de Giovanni, extrayendo los añicos de metralla cubiertas de sangre. Si el doctor se preguntaba sobre su evidente falta de experiencia, él no dijo nada. Ella no estaría más que una hora.

El tiempo suficiente para volver a la cama de Daniel y encontrarla vacía.

Lucia estaba cambiando las sábanas. Ella corrió hacia Luce, y Luce pensó que iba a abrazarla. En cambio, se derrumbó a sus pies.

—¿Qué pasó? —Luce preguntó Luce—. ¿A dónde fue?

—No lo sé. —La chica comenzó a llorar—. Se fue. Se acaba de ir. No sé a dónde. —Miró hacia Luce, con lágrimas derramándose de sus ojos color avellana—. Él dijo que te dijera adiós.

—No se puede ir —dijo Luce bajo su propio aliento. Ellos ni siquiera habían tenido la oportunidad de hablar…

Por supuesto que no habían tenido la oportunidad. Daniel sabía exactamente lo que estaba haciendo cuando se fue. No quería decirle toda la verdad. Él estaba ocultando algo. ¿Cuáles eran las reglas que él había mencionado? ¿Y qué escapatoria?

La cara de Lucía estaba enrojecida. Su discurso fue interrumpido por el hipo. —Sé que no debería estar llorando, pero no puedo explicarlo. Siento como si alguien hubiera muerto.

Luce reconoció el sentimiento. Ellas tenían eso en común: Cuando Daniel se iba, ambas eran inconsolables. Luce formó una bola con los puños, sintiéndose enojada y deprimida. —No seas infantil.

Luce parpadeó, pensando al principio que la chica estaba hablando con ella, pero luego se dio cuenta de que Lucia se estaba reprendiendo a sí misma. Luce se enderezó, sosteniendo sus temblorosos hombros en alto de nuevo, como si estuviera tratando de recuperar el equilibrio tranquilo que las enfermeras habían demostrado.

—Lucia. —Luce alcanzó a la chica, moviéndose para abrazarla.

Pero la chica poco a poco se alejó, dándole la espalda a Luce para hacer frente a la cama vacía de Daniel. —Estoy bien. —Volvió a quitar las sábanas—. Lp único que podemos controlar es el trabajo que hacemos. La enfermera Fiero siempre dice eso. El resto está fuera de nuestras manos.

No. Lucía estaba equivocada, pero Luce no podía ver cómo corregirla. Luce no entendía mucho, pero ella comprendió eso —su vida no tenía que estar fuera de sus manos. Podías definir tu propio destino. De algún modo. Ella no tenía todo resuelto todavía, pero podía sentir una solución cada vez más cerca. Si no, ¿cómo podría haberse encontrado con ella misma aquí en primer lugar? ¿Cómo podría haber sabido ahora que ya era momento de seguir adelante?

A la luz del mediodía, una sombra se extendió desde el armario de suministros en la esquina. Parecía una que podría usar, pero no estaba del todo segura de su capacidad para convocar. Ella la enfocó durante un momento y esperó a ver el lugar donde se tambaleara.

Allí. Ella la vio sacudirse. Luchando contra la repugnancia que todavía sentía, se apoderó de ella.

A través de la habitación, el enfoque de Lucia estaba en el manojo de sábanas, tratando de no demostrar que ella seguía llorando.

Luce trabajó rápido, haciendo entrar al Mensajero en una esfera, y luego trabajando con sus dedos más rápido de lo que alguna vez lo había hecho.

Contuvo el aliento, pidió un deseo, y desapareció.

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