martes, 12 de julio de 2011

capitulo 8 - passion laurent kate

Capítulo 8
Observando desde las alas.
[Primera parte]



Traducción SOS por ~NightW~


HELSTON, Inglaterra – Julio 26 de 1854

La ropa de Daniel estaba blanqueada por el sol y sus mejillas estaban cubiertas de arena cuando se despertó en la desolada costa de Cornwall. Podía haber sido un día, una semana, o un mes durante el cual había estado vagando solo por ahí. Sin embargo, sin importar el tiempo transcurrido, lo había pasado castigándose por su error.

Encontrar a Lucinda con la modista había sido un error tan grave que el alma de Daniel se quemaba cada vez que pensaba en ello.

Y simplemente no podía dejar de pensarlo.

Sus labios rosados y llenos curvándose al pronunciar: —Creo que te conozco. Por favor. Espera.

Tan encantadora y tan peligrosa.

Oh, ¿Por qué no podía haber sido algo mas pequeño? ¿Algún breve intercambio dentro de su noviazgo? De esa manera no hubiera importado tanto. ¡Pero a primera vista! La primera visión de Lucinda Biscoe había sido la de él, el Daniel equivocado. Hubiera podido haber distorsionado todo. Hubiera distorsionado tanto el futuro que su Luce hubiera ya hubiera terminado muerta, alterada mas allá del reconocimiento –

Pero no: Si así fuera, no tendría a su Luce en su memoria. El tiempo se hubiera revisado a si mismo y no habrían arrepentimientos en absoluto ya que su Luce sería diferente.

Su versión del pasado habría respondido a Lucinda Biscoe de una manera que hubiera cubierto el error de Daniel.

No podía recordar muy bien cómo había comenzado todo, sólo como terminaba. Pero no importa: no se acercaría para nada a su versión del pasado, por miedo a volverse a encontrar con Lucinda y causar aún más daño. Todo lo que podía hacer era alejarse y escapar.

Estaba acostumbrado a la eternidad, pero esto había sido el Infierno.



Daniel había perdido la noción del tiempo, dejando que se fuera a la deriva junto con los sonidos del mar estrellándose contra la orilla. Al menos, durante un tiempo.

Fácilmente podía reanudar su búsqueda dando un paso hacia el Restrictor y perseguir a Luce hacia la próxima vida que visite. Pero por alguna razón, se quedó en Helston, esperando a que la vida de Lucinda Biscoe terminara.

Al despertarse en la noche, con el cielo adornado de nubes color púrpura, Daniel lo sintió. La mitad del verano. La noche en que ella moriría. Se limpió la arena de su piel, y sintió una extraña ternura en sus alas escondidas. Su corazón golpeaba con cada latido.

Era hora.

La muerte de Lucinda no ocurriría hasta después del anochecer.

El Daniel anterior estaría solo en el salón de Constance. Estaría dibujando a Lucinda Biscoe una última vez. Sus maletas aún estarían en su sitio afuera de la puerta, vacías como de costumbre con el fin de guardar su caja de lápices encuadernada con cuero, algunos cuadernos con unos pocos bocetos, su libro sobre los Vigilantes, un par extra de zapatos.

De verdad había estado planeando navegar la mañana siguiente. Que mentira.

En los momentos previos a su muerte, Daniel rara vez era honesto consigo mismo. Siempre se perdía en su amor. Cada vez, se engañaba a si mismo, se emborrachaba en su presencia, y perdía el rastro de lo que debía ser.

Recordaba particularmente bien cómo había terminado en la vida Helston: negando que ella tuviera que morir hasta el mismo instante en ella estuviera contra las cortinas de terciopelo rubí y besarla en el olvido.

En ese entonces había maldecido su destino; había hecho una escena desastrosa. Aun podía sentir la agonía, fresca igual que una marca de hierro a través de su piel. Y recordaba la visita.

Esperando la puesta del sol, se quedó en la orilla dejando que el agua acariciara sus pies descalzos. Cerró los ojos y extendió los brazos dejando que sus alas se interpusieran sobre las cicatrices de sus hombros. Se elevaban detrás de él, flotando en el viento y dándole una ligereza que le proporcionaba una paz momentánea. Podía ver lo brillante que eran sobre el reflejo del agua, cuan grande y feroz lo hacían parecer.

Algunas veces, cuando Daniel estaba en su punto más inconsolable, se negaba a desplegar sus alas. Era un castigo que se administraba a si mismo. El profundo alivio, la palpable e increíble sensación de libertad que le daban sus alas a su alma se sentía falsa, como una droga.

Esta noche se permitió esa emoción.

Se inclinó de rodillas sobre la arena y se elevó en el aire.

Unos pocos pies por encima de la superficie del agua, rápidamente se dio la vuelta de manera que su espalda estaba sobre el océano, con sus alas extendidas por debajo de él igual que una magnifica balsa brillante.

Rozó la superficie, extendiendo sus músculos manteniendo el control de sus alas, deslizándose entre las olas hasta que el agua cambió de color turquesa a un azul hielo. Entonces se metió por debajo de la superficie. Sus alas se sentían calidas donde el mar se sentía frio, creando una pequeña estela color violeta que lo rodeaba.

Daniel amaba nadar. El frio del agua, el ritmo impredecible de la corriente, la sincronía del océano con la luna. Era uno de los pocos placeres terrenales que realmente lograba entender. Por encima de todo, le encantaba nadar con Lucinda.

Con cada golpe de sus alas, Daniel se imaginaba a Lucinda ahí con él, deslizándose con gracia a través del agua al igual que lo había hecho tantas veces, deleitándose con el cálido brillo.

Cuando la luna brillaba en el cielo oscuro y Daniel estaba en algún lugar de la costa de Reykjavik, salía del agua. Hacia arriba, batiendo sus alas con la ferocidad suficiente como para sacudir el frio.

El viento azotaba a los costados, secándolo en cuestión de segundos mientras se elevaba más y más alto en el aire. Irrumpió en los bancos de nubes grises, entonces se dio la vuelta y se dirigió hacia debajo de la expansión del cielo estrellado.

Sus alas se batían libremente, profundamente, fuertes con el amor, terror y los pensamientos de ella, rizando el agua debajo de él de manera que lucia como diamantes. Tomó una tremenda velocidad mientras volaba de vuelta a las Islas Faroe, a través del Mar de Irlanda. Navegó a lo largo del canal de San Jorge y, finalmente, regresó a Helston.
¡Iba en contra de su naturaleza ver a la mujer que amaba aparecer para morir!

Pero Daniel tenia que ver mas allá de este momento y este plan. Tenia que mirar a todas las Lucindas que vendrían después de este sacrificio – y a la que él perseguía, la Luce fina, quien terminaría el ciclo maldito.

La muerte de Lucinda esta noche era la única forma en que los dos pudieran ganar, la única forma en que podrían tener alguna oportunidad.

Para cuando llegó a la finca Constance, la casa estaba oscura y se mantenía caliente y calmada.
 
Movió sus alas cerca de su cuerpo, disminuyendo su descenso al lado sur de la propiedad. Ahí estaba el techo blanco de la glorieta y una vista aérea de los jardines. Ahí el camino iluminado por la luz de la luna por el cual debía caminar unos momentos atrás, escabulléndose de la casa de su padre después que todo el mundo estuviera dormido. Su camisón estaba cubierto por una manta larga y negra, su modestia había sido olvidada con el afán de encontrarlo.
Y ahí —la luz en la sala del único candelabro que la había llevado a él— Las cortinas estaban ligeramente separadas. Lo suficiente para que Daniel observara sin ser visto. Llego a la ventana del segundo piso de la casa grande y dejo que sus alas se batieran ligeramente, situándose afuera como un espía.
¿Si quiera estaba allí? Inhalo lentamente, dejo que sus alas se llenaran de aire y presiono su cara contra el cristal
Simplemente Daniel en la esquina dibujando frenéticamente en su cuaderno. Su antiguo yo lucia agotado y triste. El podía recordar exactamente el sentimiento —observando la manecilla negra del reloj en la pared, esperando por cada segundo para que atravesara la puerta.
Había estado tan sorprendido cuando ella se escabullo cerca de él, en silencio, casi detrás de la cortina. Estaba sorprendido de nuevo cuando lo hizo ahora. Su belleza esta noche estaba más allá de sus más irreales expectativas. De hecho todas las noches.
Las mejillas sonrojadas con el amor que sentía pero no entendía, su pelo negro cayendo en una estrella brillante. Su fino camisón flotando sobre esa perfecta piel. En ese momento su propio pasado dio vueltas. Cuando vio la preciosa vista frente a él, era obvio el dolor en su rostro.
Si hubiera habido algo que Daniel pudiera haber hecho para llegar y ayudar a su antiguo yo a atravesar esto lo hubiera hecho. Pero todo lo que podía hacer era leer sus labios.
¿Qué estás haciendo aquí?
Luce se acerco con las mejillas sonrosadas. Los dos se movieron como imanes —arrastrados en ese momento por una forma superior a ellos, luego repelidos con casi el mismo vigor al instante siguiente.
Daniel permanecía afuera mirando con dolor.
No podía observar.
Tenía que observar.
La manera en que se acercaron al otro fue tentativa, hasta el momento en que su piel se encontró con la de ella. Luego, instantáneamente se convirtieron en, hambrientos apasionados. Ni siquiera se estaban besando, solo estaban hablando.
Cuando sus labios casi se tocaban, sus almas también lo hacían. Una ardiente y pura aura sal rojo vivo se formaba a su alrededor y ninguno de ellos era consciente.
Era algo que Daniel nunca había presenciado desde lejos.
¿Era esto lo que su luce se convertía después? ¿La prueba visual de cómo su amor era verdadero? Para Daniel, su amor era una parte de él tanto como sus alas. Pero para Luce, debía ser diferente. Ella no tenía acceso al esplendor de su amor, solo a su ardiente final.
Cada momento era una revelación total. Con un suspiro puso su mejilla contra el cristal.
Dentro su antiguo yo estaba cediendo, perdiendo la resolución que de todos modos había sido una farsa desde el principio. Sus maletas estaban empacadas, pero era Lucinda quien se debía que ir.
Ahora su antiguo yo la tomaba en sus brazos. Incluso a través de la ventana, Daniel podía oler la rica y dulce esencia de su piel. Se envidiaba a sí mismo, besando su cuello, pasando sus manos por su espalda. Su deseo era tan intenso que podía haber roto la ventana si no se hubiera permitido contenerse.
Oh, lo dejaría, lo permitiría a su antiguo yo que durara un poco más. Un beso más. Un dulce toque más antes que el cuarto temblara y los anunciantes empezaran a temblar en sus sombras.
El vidrio se calentó contra su piel. Estaba pasando.
Quería cerrar los ojos pero no pudo. Lucinda se retorcía en los brazos de su antiguo yo. Su rostro se contorsionaba por el dolor. Miro hacia arriba, y sus ojos se ampliaron ante la vista de las sombras danzando en el cielo.
La casi comprensión de algo era demasiado para ella.
Ella grito. Y estallo en una torre brillante de llamas.
Dentro del cuarto, el antiguo Daniel fue enviado contra la pared. Cayo y yacio acurrucado, siendo nada más que la silueta de un hombre. Hundió la cara en la alfombra y se estremeció.
Afuera. Daniel observaba con un asombro que nunca había sentido antes como el fuego subía por las paredes y silbaba como una salsa a fuego lento —luego se desvanecía sin dejar rastro de ella— Milagrosamente cada pulgada del cuerpo de Daniel hormigueaba. Si él no hubiera visto como su propio yo era destruido de manera tan contundente, podría haber encontrado el espectáculo de la muerte de Lucinda casi hermoso.
Su antiguo yo lentamente se puso de pie. Su boca se abrió y sus alas escaparon de su abrigo negro, ocupando la mayoría de la habitación. Levanto los puños hacia el cielo y grito.
Afuera Daniel no pudo soportarlo más. Estrello su ala contra la ventana, lanzando fragmentos de vidrio a la noche. Luego atravesó el irregular agujero.
—¿Qué estás haciendo aquí? —su antiguo yo exclamo con las mejillas llenas de lagrimas.
Con ambos pares de alas completamente extendidas, casi no había espacio para ellos en la enorme habitación. Empujaron hacia atrás los hombros tanto como pudieron y se alejaron del otro. Ambos sabían el peligro de tocarse.
—Estaba observando —Daniel dijo.
—¿Tu… que? ¿Volviste para observar? —su antiguo yo extendió sus brazos y alas— ¿Es esto lo que querías ver? —la profundidad de su miseria era dolorosamente clara.
—Esto tenía que pasar Daniel.
—No me alimentes con esas mentiras. No te atrevas. ¿Has vuelto para pedir de nuevo la opinión de Cam?
—¡No! —casi le grita Daniel a su antiguo yo.
—Escucha: va a haber un momento, no muy lejano cuando tendremos la oportunidad de modificar este juego. Algo ha cambiado y las cosas son diferentes. Tendremos la oportunidad de detener el hacer esto una y otra vez. Cuando Lucinda al menos pueda…
—¿Romper el círculo? —su antiguo yo susurro.
—Si —Daniel estaba empezando a sentirse mareado. Había demasiado de ellos en la habitación. Era tiempo de irse—. Tomara algo de tiempo —instruyo, dándose la vuelta mientras alcanzaba la ventana— Pero mantén la esperanza.
Luego Daniel se deslizo por la ventana rota. Sus palabras —Mantén las esperanza— hacían eco en su cabeza mientras atravesaba el cielo y se internaba en las sombras de la noche.

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