martes, 12 de julio de 2011

capitulo cinco - passion laurent kate

Capítulo 5
Fuera del Camino Recto


Traducido por LizC


Helston, Inglaterra - 18 de Junio 1854

Luce se disparó en el Anunciador, como un automóvil fuera de control.

Rebotó y se empujó contra sus lados oscuros, sintiéndose como si hubiera sido lanzada por un tobogán de basura. No sabía a dónde iba o qué iba a encontrar una vez que llegara, sólo que este Anunciador parecía más estrecho y menos flexible que el anterior, y estaba lleno por un viento húmedo y azotado que la llevaba cada vez más profundo en el túnel oscuro.

Tenía la garganta seca y su cuerpo estaba cansado de no haber dormido en el hospital. Con cada vuelta, se sentía más perdida e insegura.

¿Qué estaba haciendo en este Anunciador?

Cerró los ojos y trató de llenar su mente con pensamientos de Daniel: el fuerte agarre de sus manos, la intensidad quemante de sus ojos, la forma en que todo su rostro cambia cuando ella entraba en una habitación. La suave comodidad de estar envuelto en sus alas, volando alto, lejos del mundo y de sus preocupaciones.

¡Qué tonta había sido al correr! Esa noche en el patio de su casa, pasar a través del Anunciador le había parecido lo que tenía que hacer, la única cosa por hacer. ¿Pero por qué? ¿Por qué lo había hecho? ¿Qué idea tan estúpida le había hecho parecer una decisión inteligente? Y ahora ella estaba muy lejos de Daniel, de todo el mundo que le importaba, de alguien en absoluto. Y todo era culpa de ella.

—¡Eres una idiota! —Gritó en la oscuridad.

—Hey, calma —dijo una voz a cabo. Fue áspero y contundente y parecía venir justo a su lado—. ¡No hay necesidad de estar insultando!

Luce se puso rígida. No podía haber nadie dentro de la más absoluta oscuridad de su Anunciador. ¿Cierto? Ella debe estar imaginando cosas. Se empujó hacia adelante, más rápido.

—Reduce la velocidad, ¿quieres?

Ella contuvo la respiración. Quienquiera que haya sido no sonaba distorsionado o distante, como alguien hablando a través de la sombra. No, alguien estaba aquí. Con ella.

—¿Hola? —Gritó, tragando fuerte.

No hubo respuesta.

El viento agitado en el Anunciador se hizo más fuerte, aullando en sus oídos. Se tambaleó hacia adelante en su oscuridad, cada vez más y más asustada, hasta que por fin el ruido del aire soplando pasó muriendo y fue reemplazado por otro sonido, un rugido estático. Algo como olas rompiendo en la distancia.

No, el sonido era demasiado firme para ser olas, pensó Luce. Una cascada.

—Dije reduce la velocidad.

Luce se estremeció. La voz estaba de vuelta. A centímetros de su oído, y mantenía el ritmo con ella mientras corría. Esta vez, sonaba enojado.

—No vas a aprender nada si te mantienes dando vueltas de esa manera.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres? —Gritó—. ¡Uf!

Su mejilla chocó con algo frío y duro. El torrente de una cascada llenó sus oídos, tan cerca que podía sentir las gotas de rocío fría en su piel. —¿Dónde estoy?

—Estás aquí. Estás... en Pausa. ¿Has oído hablar de detenerse a oler las peonías?

—Te refieres a rosas. —Luce sintió en la oscuridad, percibiendo un olor acre mineral que no era desagradable o poco conocido, sólo confuso.

Se dio cuenta entonces que no había salido aún del Anunciador y de vuelta en medio de una vida, lo que sólo podía significar, que todavía estaba dentro.

Estaba muy oscuro, pero sus ojos empezaron a ajustarse. El Anunciador había tomado la forma de una especie de pequeña cueva. Había una pared detrás de ella hecha de la misma piedra fría como el suelo, con un hoyo hundido en ella donde una corriente de agua goteaba. La cascada que escuchó estaba por encima en alguna parte.

¿Y por debajo de ella? Tres metros de cornisa de piedra, y luego nada. Más allá de eso estaba oscuro.

—No tenía idea de que se podía hacer esto —susurró Luce a sí misma.

—¿Qué? —dijo la voz ronca.

—Detenerse en el interior de un Anunciador —dijo. Ella no había estado hablando con él y todavía no lo podía ver, y el hecho de que había terminado estancada donde sea que estaba y con quienquiera que fuese, bueno, definitivamente era motivo de alarma. Pero aún así no podía dejar de maravillarse en su entorno—. No sabía que un lugar como éste existía. Un lugar en el medio.

Hubo un resoplido flemoso. —Podrías llenar un libro con todas las cosas que no sabes, chica. De hecho, creo que alguien quizás ya lo ha escrito. Pero eso no viene al caso. —Una tos traqueteó—. Y yo quería decir peonías, por cierto.

—¿Quién eres tú? —Luce se sentó y se apoyó contra la pared. Esperaba que a quienquiera que le pertenecía la voz no pudiera ver sus piernas temblorosas.

—¿Quién? ¿Yo? —preguntó él—. Simplemente soy... yo. Estoy aquí un montón.

—Muy bien... ¿Haciendo qué?

—Oh, ya sabes, pasando el rato. —Él se aclaró la garganta, y sonaba como alguien haciendo gárgaras con piedras—. Me gusta estar aquí. Agradable y tranquilo. Algunos de estos Anunciadores pueden ser como un zoológico. Pero no los tuyos, Luce. Todavía no, de todos modos.

—Estoy confundida. —Más que confundida, Luce tenía miedo. ¿Debería incluso estar hablando con este extraño? ¿Cómo sabía su nombre?

—En su mayor parte, sólo soy tu observador casual promedio, pero a veces mantengo una oreja atenta por los viajeros. —Su voz venía de cerca, lo que hizo a Luce temblar—. Como tú misma. Mira, he estado alrededor un rato, y a veces, los viajeros, necesitan una pizca de asesoramiento. ¿Aún no has estado por la cascada? Muy pintoresco. Veinte puntos*, en cuanto a caídas de agua se refiere. [N.T: veinte puntos se refiere a la puntuación máxima, o una A+, o 100 puntos para quienes utilizan esos métodos de evaluación.]

Luce negó con la cabeza. —Pero dijiste que, ¿este es mi Anunciador? Un mensaje de mi pasado. Entonces, ¿por qué puedes...

—¡Bien! ¡Lo sieeen-to! —La voz se hizo más alta, indignada—. Pero permíteme plantear una pregunta: Si los canales de tu pasado son tan valiosos, ¿por qué dejaste a tus Anunciadores de par en par para que todo el mundo salte al interior? ¿Eh? ¿Por qué no simplemente los bloqueaste?

—No lo hice, eh... —Luce no tenía idea de que había dejado algo de par en par. Y ni idea que los Anunciadores se podían incluso bloquear.

Oyó un pequeño whoomp, como ropa o zapatos siendo lanzados en una maleta, pero ella todavía no podía ver nada. —Veo que he sobrepasado mi bienvenida. No voy a perder tu tiempo. —La voz sonó de repente ahogada. Y luego en voz más baja, desde la distancia—: Adiós.

La voz se desvaneció en la oscuridad. Estaba casi silencioso en el interior del Anunciador de nuevo. Con sólo la suave caída de la cascada de arriba. Sólo el latido del corazón desesperado de Luce.

Por un momento, ella no había estado sola. Con esa voz ahí, había estado nerviosa, asustada, al borde... pero no había estado sola.

—¡Espera! —Gritó, empujándose a sí misma a sus pies.

—¿Sí? —La voz estaba de vuelta a su lado.

—No quería sacarte a patadas —dijo ella. Por alguna razón, ella no estaba lista para que la voz desapareciera. Había algo en él. Él la conocía. Él la llamó por su nombre—. Yo sólo quería saber quién eres.

—Oh, demonios —dijo, un poco frívolo—. Puedes llamarme... Bill.

—Bill —repitió ella, entrecerrando los ojos para ver más de las paredes de la cueva oscura a su alrededor—. ¿Eres invisible?

—A veces. No siempre. Ciertamente no tengo que serlo. ¿Por qué? ¿Prefieres verme?

—Eso podría hacer las cosas un poco menos extrañas.

—¿Eso no depende de cómo me veo?

—Bien... —empezó Luce a decir.

—Entonces... —su voz sonó como si estuviera sonriendo—. ¿Cómo quieres que me vea?

—No sé. —Luce cambió su peso. Su lado izquierdo estaba húmedo por el rocío de la cascada—. ¿Realmente depende de mí? ¿Cómo te ves cuando estás siendo tu mismo?

—Tengo un rango. Probablemente querrás que empiece con algo lindo. ¿Estoy en lo cierto?

—Creo que...

—Está bien —murmuró la voz—. Huminah huminah huminah hummm.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Luce.

—Poniendo en manifiesto mi cara.

Hubo un destello de luz. Una explosión que habría enviado a Luce tambaleando hacia atrás si la pared no hubiera estado justo detrás de ella. El destello se apagó en una pequeña bola de luz blanca fría. Por su iluminación pudo ver la extensión aproximada de un suelo de piedra gris bajo sus pies. Una pared de piedra se extendía detrás de ella, el agua corría por su rostro. Y algo más: ahí en el suelo delante de ella había una pequeña gárgola.

—¡Ta-da! —dijo.

Era cerca de un pie de altura, agachado con los brazos cruzados y los codos apoyados en sus rodillas. Su piel era del color de la piedra, era de piedra, pero cuando saludó con la mano, ella podía ver que era ágil como para ser de carne y músculo. Tenía las uñas de las manos y pies largas y puntiagudas, como pequeñas garras. Sus orejas eran puntiagudas, también, y perforadas con pequeños aros de piedra. Tenía dos protuberancias pequeñas que sobresalían en forma de cuernos en la parte superior de la frente que era carnosa y arrugada. Sus labios eran grandes fruncidos en una mueca que le hacía parecer como un bebé muy viejo.

—¿Así que tú eres Bill?

—Así es —dijo—. Yo soy Bill.

Bill era una cosa de aspecto extraño, pero ciertamente no alguien de quien tener miedo. Luce lo rodeó y se dio cuenta del reborde de las vértebras sobresaliendo de su espalda. Y el pequeño par de alas grises escondidas detrás de su espalda de manera que las dos puntas se enroscaban juntas.

—¿Qué piensas? —preguntó.

—Genial —dijo rotundamente. Una mirada a cualquier otro par de alas, incluso las de Bill, y le hacían echar de menos a Daniel tanto que le dolía el estómago.

Bill se puso de pie; era extraño ver a los brazos y piernas que estaban hechos de piedra moverse como músculos.

—No te gusta cómo me veo. Puedo hacerlo mejor —dijo, desapareciendo en otro destello de luz—. Espera.

Hubo un destello.

Daniel estaba de pie delante de ella, envuelto en un aura resplandeciente de luz violeta. Sus alas desplegadas eran magníficas y enormes, haciéndole señas para que diera un paso dentro de ellas. Le tendió una mano y ella contuvo el aliento. Ella sabía que había algo extraño acerca de él estando ahí, que había estado en el medio de hacer algo más, sólo que no podía recordar qué o con quién. Su mente estaba confusa, su memoria oscurecida. Pero nada de eso importaba. Daniel estaba aquí. Quería llorar de alegría. Ella avanzó hacia él y puso su mano en la suya.

—Así —dijo en voz baja—. Ahora, esa es la reacción que buscaba.

—¿Qué? —susurró Luce, confundida. Algo iba en aumento a la vanguardia de su mente, diciéndole que se aleje. Pero los ojos de Daniel pasaron por encima de esa duda y se dejó empujar dentro, olvidándose de todo excepto el sabor de sus labios.

—Bésame. —Su voz fue un graznido ronco. La de Bill.

Luce gritó y saltó hacia atrás. Su mente se sintió sacudida como si despertara de un sueño profundo. ¿Qué había ocurrido? Cómo se le había ocurrido que había visto a Daniel en...

Bill. Él la había engañado. Ella apartó su mano de la suya, o tal vez él dejó caer la de ella durante el destello cuando se transformó en un sapo grande, verrugoso. Graznó dos ribbits, y luego saltó a la fuente de agua que goteaba en la pared de la cueva. Su lengua se disparó en la corriente.

Luce respiraba con dificultad y trataba de no mostrar cuán devastada se sentía. —Ya basta —dijo ella bruscamente—. Sólo ve de nuevo a la gárgola. Por favor.

—Como quieras.

Hubo un destello.

Bill estaba de vuelta, agachado con los brazos cruzados sobre sus rodillas. Aún de piedra.

—Pensé que vendrías —dijo.

Luce apartó la mirada, avergonzada de que él hubiera conseguido un arrebato de ella, enojada porque él parecía haberlo disfrutado.

—Ahora que todo está arreglado —dijo él, corriendo alrededor para que así estuviera de pie donde ella pudiera volver a verlo—, ¿qué te gustaría aprender primero?

—¿De ti? Nada. No tengo ni idea de qué estás haciendo aquí.

—Te hice enojar —dijo Bill, chasqueando sus dedos de piedra—. Lo siento. Sólo estaba tratando de aprender tus gustos. Ya sabes, te gustan: Daniel Grigori y pequeñas gárgolas lindas. —Hizo una lista con sus dedos—. No te gustan: las ranas. Creo que ya lo tengo ahora. No más de esos asuntos divertidos de mí. —Él extendió sus alas y revoloteó hasta sentarse en su hombro. Era pesado—. Sólo los trucos del oficio —susurró.

—No necesito ningún tipo de trucos.

—Vamos. Ni siquiera sabes cómo bloquear un Anunciador para mantener alejados a los malos. ¿No quieres saber por lo menos eso?

Luce levantó una ceja. —¿Por qué me ayudarías?

—Tú no eres la primera en saltar a través del pasado, sabes, y todo el mundo necesita una guía. Suerte para ti, te topaste conmigo. Pudiste haber quedado atascada con Virgil...

—¿Virgil? —preguntó Luce, teniendo un flashback* de su clase de Inglés de segundo año—. ¿Cómo el sujeto que llevó a Dante a través de los nueve círculos del infierno? [N.T: una escena retrospectiva.]

—Ese mismo. Está tan por el libro, es un aburrido. De todos modos, tú y yo no vamos a peregrinar por el Infierno ahora —explicó con un encogimiento de hombros—. Es temporada de turistas.

Luce pensó en el momento en que había visto a Luschka estallar en llamas en Moscú, con el dolor crudo que había sentido cuando Lucía le había dicho que Daniel había desaparecido del hospital en Milán.

—A veces se siente como el Infierno —dijo.

—Eso es sólo porque nos tomó tanto tiempo en ser presentados. —Bill le tendió su pequeña mano de piedra hacia la suya.

Luce la evadió. —Entonces, ¿de qué, eh, lado estás?

Bill silbó. —¿Alguien no te ha dicho que es más complicado que eso? ¿Que los límites entre los “buenos” y “malos” se han desdibujado por milenios de libre voluntad?

—Yo sé todo eso, pero...

—Mira, si te hace sentir mejor, ¿alguna vez has oído hablar de la Escala?

Luce negó con la cabeza.

—Algo así como la sala de monitores dentro de los Anunciadores quienes se aseguran que los viajeros lleguen a donde vayan. Los miembros de la Escala son imparciales, por lo que no hay bandos con el Cielo o con el Infierno. ¿De acuerdo?

—Está bien. —Luce asintió con la cabeza—. ¿Así que estás en la Escala?

Bill le guiñó un ojo. —Ahora, ya casi estamos allí, así que...

—¿Casi dónde?

—Para la próxima vida a la que vas a viajar, la que proyecta esta sombra en la que estamos.

Luce pasó la mano por el agua que corría por la pared. —Esta sombra, este Anunciador, es diferente.

—Si es así, es sólo porque eso es lo que quieres que sea. Si deseas una cueva del tipo de parada de descanso dentro de un Anunciador, aparecerá para ti.

—No quería una parada de descanso.

—No, pero lo necesitabas. Los Anunciadores pueden escoger en eso. Además, yo estaba aquí ayudando, deseándolo en tu nombre. —La pequeña gárgola se encogió de hombros, y Luce escuchó un sonido como de piedras golpeando una contra la otra—. El interior de un Anunciador no es cualquier sitio para nada. Es un Neverwhere, el eco oscuro emitido por algo en el pasado. Cada uno es diferente, adaptándose a las necesidades de sus viajeros, siempre y cuando estén dentro.

Había algo salvaje en la idea de este eco del pasado de Luce sabiendo lo que ella quería o necesitaba más que ella. —Entonces, ¿cuánto tiempo las personas se quedan adentro? —preguntó—. ¿Días? ¿Semanas?

—No hay tiempo. No de la manera que estás pensando. Dentro de los Anunciadores, el tiempo real no pasa para nada. Pero aún así, no quieres quedarte aquí mucho tiempo. Puedes olvidar a dónde vas, perderte para siempre. Convertirte en un huésped. Y eso es un feo asunto. Estos son portales, recuerda, no destinos.

Luce apoyó la cabeza contra la pared de piedra húmeda. No sabía qué hacer con Bill. —Éste es tu trabajo. ¿Servir como guía para, uh, los viajeros como yo?

—Seguro, exactamente. —Bill chasqueó sus dedos, la fricción envío una chispa—. Has dado en el clavo.

—¿Cómo una gárgola como tú se quedó atascado haciendo esto?

—Disculpa, me enorgullezco de mi trabajo.

—Quiero decir, ¿quién te contrató?

Bill pensó por un momento, sus ojos de mármol rodando hacia atrás y adelante en sus cuencas. —Piensa en ello como un trabajo voluntario. Soy bueno en los viajes en Anunciadores, es todo. No hay razón para no difundir mi experiencia alrededor. —Se volvió hacia ella con su mano acunando su barbilla de piedra—. ¿A qué cuándo vamos a ir, de todos modos?

—¿En qué cuándo estamos...? —Luce lo miró, confusa.

—No tienes ni idea, ¿verdad? —Él se golpeó la frente—. ¿Me estás diciendo que condujiste fuera del presente, sin ningún conocimiento fundamental acerca de pasar a través de ello? ¿Qué el cómo terminas en el cuándo que terminas es un completo misterio para ti?

—¿Cómo iba yo a saber? —dijo Luce—. ¡Nadie me dijo nada!

Bill flotó bajándose de su hombro y caminó a lo largo de la cornisa. —Tienes razón, tienes razón. Vamos a volver a lo básico. —Se detuvo delante de Luce, con sus pequeñas manos en su gruesa cintura—. Así que. Aquí vamos: ¿Qué es lo que quieres?

—Yo quiero... estar con Daniel —dijo lentamente. Había más, pero no estaba segura de cómo explicarlo.

—¡Huh! —Bill se veía aún más dudoso que su frente pesada, labios de piedra, y nariz aguileña le daban un aspecto natural—. El agujero en tu argumento ahí, Consejera, es que Daniel ya estaba allí junto a ti cuando saltaste fuera de tu propio tiempo. ¿No?

Luce se deslizó por la pared y se sentó, sintiendo otra fuerte acometida de arrepentimiento. —Tenía que irme. Él no me dijo nada acerca de nuestro pasado, así que tenía que ir a averiguarlo por mí misma.

Ella esperaba que Bill discutiera con ella más, pero él simplemente dijo—: Por lo tanto, me estás diciendo que estás en una búsqueda.

Luce sintió una leve sonrisa cruzar sus labios. Una búsqueda. A ella le gustaba el sonido de eso.

—¿Así que quieres algo? ¿Ver? —Bill aplaudió—. Bueno, lo primero que debes saber es que los Anunciadores son llamados a ti en base a lo que está pasando aquí. —Él golpeó su puño de piedra contra su pecho—. Son un poco como pequeños tiburones, atraídos por tus deseos más profundos.

—Cierto. —Luce recordó las sombras en Shoreline, la forma en que era casi como si los Anunciadores específicos la habían elegido y no al revés.

—Así que cuando caminas a través de ellos, los Anunciadores parecen temblar delante de ti, ¿pidiéndote que los escojas? Ellos te canalizan al lugar que tu alma anhela estar.

—Así que la chica que era en Moscú, y en Milán, y todas las otras vidas que he vislumbrado antes de saber cómo pasar a través de ello... ¿quería visitarlas?

—Precisamente —dijo Bill—. Simplemente no lo sabías. Los Anunciadores lo sabían por ti. Vas a mejorar en esto, también. Pronto podrás comenzar a sentirte compartir sus conocimientos. Por extraño que se sienta, son una parte de ti.

¿Cada una de esas sombras frías y oscuras, eran una parte de ella? Eso tenía un súbito, e inesperado sentido. Eso explicaba cómo incluso ya desde el principio, incluso cuando le daban miedo, Luce no había sido capaz de detenerse a caminar a través de ellos. Incluso cuando Roland le advirtió que eran peligrosos.

Incluso cuando Daniel la miró boquiabierto como si hubiese cometido un crimen horrible. Los Anunciadores siempre se habían sentido como una puerta abierta. ¿Era posible que en realidad lo fueran?

¿Su pasado, una vez incognoscible, estaba allí, y todo lo que tenía que hacer era pasar por las puertas correctas? Podía ver lo que ella había sido, que había atraído a Daniel a ella, por qué su amor había sido condenado, cómo había crecido y cambiado con el tiempo. Y, lo más importante, lo que podrían ser en el futuro.

—Ya estamos en el camino correcto en alguna parte —dijo Bill—, pero ahora que sabes lo que tú y tus Anunciadores son capaces de hacer, la próxima vez que vayas pasando a través de ellos, necesitas pensar sobre lo que quieres. Y no pienses en un lugar o en una hora, piensa en una búsqueda general.

—Está bien. —Luce estaba trabajando para poner en orden el revoltijo de emociones dentro de ella con palabras que podrían tener sentido en voz alta.

—¿Por qué no intentarlo ahora? —dijo Bill—. Sólo para practicar. Nos puede dar un mano a mano sobre en qué vamos a entrar. Piensa sobre lo que estás buscando.

—Comprender —dijo ella lentamente.

—Bien —dijo Bill—. ¿Qué más?

Una energía nerviosa estaba corriendo a través de ella, como si estuviera al borde de algo importante. —Quiero saber por qué Daniel y yo fuimos maldecidos. Y quiero romper esa maldición. Quiero evitar que el amor me mate para que finalmente podamos estar juntos, de verdad.

—Espera, espera, espera. —Bill comenzó a agitar las manos como un hombre varado en la orilla de un camino oscuro—. No nos volvamos locos. Esta es una condena muy larga en contra de la que estamos hablando. Tú y Daniel, es como... no sé, no puedes simplemente chasquear tus bonitos dedos y salir de eso. Tienes que empezar poco a poco.

—Cierto —dijo Luce—. Está bien. Entonces, debería empezar por conocer a uno de mis seres pasado. Conocerla de cerca y ver cómo se desarrolla su relación con Daniel. Ver si siente lo mismo que yo siento.

Bill estaba asintiendo con la cabeza, una loca sonrisa se difundía a través de sus gruesos labios. Él la llevó al borde de la cornisa. —Creo que ya estás lista. Vamos.

¿Vamos? ¿La gárgola iba a ir con ella? ¿Fuera del Anunciador y en otro pasado? Sí, Luce podría utilizar un poco de compañía, pero apenas conocía a este tipo.

—Te estás preguntando por qué deberías confiar en mí, ¿cierto? —preguntó Bill.

—No, yo...

—Lo entiendo —dijo, flotando en el aire frente a ella—. Soy un gusto adquirido. Especialmente en comparación con la compañía a la que estás acostumbrada a mantener. Ciertamente no soy un ángel. —Resopló—. Pero puedo ayudar a hacer que este viaje valga la pena. Podemos llegar a un acuerdo, si quieres. Si te hartas de mí, simplemente lo dices. Estaré en mi camino. —Él tendió su mano con largas garras.

Luce se estremeció. La mano de Bill estaba crujiente con protuberancias rocosas y costras de líquenes, como una estatua en ruinas. Lo último que quería hacer era tomarlos en sus propias manos. Pero si no lo hacía, si ella lo enviaba a su camino en este momento...

Ella podría estar mejor con él que sin él.

Miró hacia abajo a sus pies. La corta repisa húmeda debajo de ellos terminaba donde ella estaba de pie, cayendo en la nada. Entre sus zapatos, algo llamó su atención, un brillo en la roca que la hizo parpadear. El terreno estaba cambiando... suavizándose... balanceándose debajo de sus pies.

Luce miró hacia atrás de ella. El bloque de roca se estaba desmoronando, hasta llegar a la pared de la cueva. Tropezó, tambaleándose en el borde. La cornisa se sacudió debajo de ella, duro, a medida que las partículas que contenían la roca junta comenzó a resquebrajarse. La cornisa desapareció a su alrededor, más y más rápido, hasta que el aire fresco rozó la parte trasera de sus talones y ella saltó...

Y hundió su mano derecha en la garra extendida de Bill. Se estrecharon en el aire.

—¿Cómo podemos salir de aquí? —Gritó, agarrándose fuertemente a él ahora por temor a caer en el abismo que no podía ver.

—Sigue a tú corazón. —Bill estaba radiante, tranquilo—. No va a engañarte.

Luce cerró sus ojos y pensó en Daniel. Una sensación de ingravidez se apoderó de ella, por lo que contuvo el aliento. Cuando abrió los ojos, estaba de alguna manera surcando a través de una oscuridad llena de estática. La cueva de piedra cambió y tiró sobre sí misma en un pequeño mundo de luz dorada que se contrajo y se fue.

Luce miró por encima, y Bill estaba allí con ella.

—¿Qué fue lo primero que te dije? —preguntó.

Luce recordó que su voz parecía llegar hasta el final en su interior.

—Dijiste que reduzca la velocidad. Que nunca iba a aprender nada si daba vueltas por mi pasado tan rápido.

—¿Y?

—Era exactamente lo que quería hacer, yo no sabía que quería.

—Tal vez es por eso que me encontraste cuando lo hiciste —gritó Bill sobre el viento, sus alas grises se erizaron cuando se apresuraron a lo largo—. Y tal vez es por eso que hemos terminado... bien... aquí.

El viento se calmó. El crepitar de estática se suavizó hasta el silencio.

Los pies de Luce se estrellaron en el suelo, como una sensación de volar en un columpio y aterrizar en el césped. Ella estaba fuera del Anunciador y en algún otro lugar. El aire era cálido y un poco húmedo. La luz alrededor de sus pies le dijo que era el atardecer.

Estaban hundidos en un campo de gruesa, y suave hierba verde brillante, tan alta como sus pantorrillas. Aquí y allá la hierba estaba salpicada de pequeños puntos brillantes de frutas de color rojo, fresas silvestres. Por delante, una delgada fila de árboles de abedul de plata marcaba el borde del cuidado césped de una finca. A cierta distancia más allá de esa había una casa enorme.

A partir de aquí se podría hacer un vuelo de piedra blanca de escaleras que conducían a la entrada trasera de la gran mansión de estilo Tudor. Un acre de rosales amarillos podados rodeaba el lado norte del césped, y un laberinto en miniatura llenaba el área cerca de la puerta de hierro al este. En el centro había una huerta generosa, los frijoles trepaban a lo alto a lo largo de sus polos. Un sendero de piedra cortaba por la mitad al patio y guiaba a una glorieta blanca grande.

Los brazos de Luce se pusieron de piel de gallina. Este era el lugar. Tenía una sensación visceral de que había estado aquí antes. Este no era un común déjà vu. Estaba mirando a un lugar que había significado algo para ella y Daniel. Casi esperaba ver a los dos de ellos ahora mismo, envuelto en los brazos del otro.

Sin embargo, la glorieta estaba vacía, llena sólo con la luz naranja del sol poniente.

Alguien silbó, haciéndola saltar.

Bill.

Había olvidado que estaba con ella. Él flotaba en el aire de modo que sus cabezas estaban en el mismo nivel. Fuera del Anunciador, el de alguna manera era más repugnante de lo que había parecido al principio. A la luz, su carne era seca y escamosa, y olía muy fuerte a moho. Las moscas zumbaban alrededor de su cabeza. Luce se apartó un poco de él, casi deseando que él volviera a ser invisible.

—Mejor que una zona de guerra —dijo, mirando a los jardines.

—¿Cómo supiste donde estaba antes?

—Soy... Bill. —Se encogió de hombros—. Sé que cosas.

—Bueno, entonces, ¿dónde estamos ahora?

—Helston, Inglaterra —señaló una punta de su garra hacia su cabeza y cerró los ojos—, en lo que tú llamas 1854. —Y entonces juntó sus garras de piedra justo en frente de su pecho como una especie de gnomo escolar recitando un informe de historia—. Un tranquilo pueblo del sur en el condado de Cornwall, cuya constitución fue concedida por el propio Rey John. El maíz está a unos metros de altura, así que yo diría que estamos probablemente a mediados del verano. Lástima que nos perdimos el mes de Mayo, tienen un festival del Día de la Flora aquí que no creerías. ¡O tal vez lo hagas! Tu propio pasado fue la reina de la fiesta los dos últimos años en fila. Verás, su padre es muy rico. Lo obtuvo con el creciente nivel del comercio del cobre…

—Suena fantástico. —Lo interrumpió Luce y comenzó a vagar por el césped—. Voy a entrar ahí. Quiero hablar con ella.

—Espera. —Bill voló pasándola, y luego giró hacia atrás, revoloteando a unos cuantos centímetros por delante de su cara—. ¿Ahora esto? Esto no va a hacer nada.

Agitó un dedo en un círculo, y Luce se dio cuenta de que estaba hablando de su ropa. Ella estaba todavía en el uniforme de enfermera italiana que había llevado durante la Primera Guerra Mundial.

Agarró el borde de su falda larga y blanca y se la llevó hasta los tobillos. —¿Qué es lo que tienes ahí abajo? ¿Son unas Converse? Tienes que estar bromeando con ellos. —Él chasqueó la lengua—. Cómo es que incluso sobreviviste esas otras vidas sin mí...

—Lo sobrellevé muy bien, gracias.

—Tendrás que hacer algo más que “muy bien” si quieres pasar un tiempo aquí. —Bill voló en retroceso al nivel del ojo con Luce, luego, dio vueltas a su alrededor tres veces. Cuando se volvió para mirar por él, se había ido.

Pero entonces, un segundo después, oyó su voz, aunque sonaba como si viniera de muy lejos. —¡Sí! ¡Brillante, Bill!

Un punto gris apareció en el aire cerca de la casa, cada vez más grande, muy grande, hasta que las arrugas de piedra de Bill se hicieron evidentes. Él estaba volando hacia ella ahora, y cargando un bulto oscuro en sus brazos.

Cuando llegó hasta ella, simplemente se apareció a su lado, y el holgado uniforme blanco de enfermera se dividió a lo largo de la costura y se deslizó justo fuera de su cuerpo.

Luce echó sus brazos alrededor de su cuerpo desnudo modestamente, pero parecía que sólo un segundo después de que una serie de faldas estaba siendo tirada por encima de su cabeza.

Bill revoloteó a su alrededor como una costurera con rabia, atando su cintura en un corsé apretado, hasta que los bordes de los huesos se asomaban en su piel en todo tipo de lugares incómodos. Había tanto tafetán en sus faldas que incluso de pie en un poco de brisa, crujían.

Ella pensó que se veía bastante bien para la época, hasta que reconoció el delantal blanco atado a su cintura, sobre su vestido negro largo. Se llevó la mano a su cabello y se arrancó un yelmo de criada blanco.

—¿Soy una criada? —preguntó.

—Sí, Einstein, eres una criada.

Luce sabía que era tonto, pero se sentía un poco decepcionada. La finca era tan grande y los jardines tan hermosos y sabía que estaba en una búsqueda y todo eso, ¿pero no podía tener sólo un paseo por los jardines aquí como una verdadera dama victoriana?

—Creí que habías dicho mi familia era rica.

—La familia de tu pasado era rica. Asquerosamente rica. Ya lo verás cuando la conozcas. Ella va por Lucinda y piensa que tu apodo es una abominación absoluta, por cierto. —Bill se pellizcó la nariz y la levantó en el aire, dando una imitación bastante ridícula de un snob—. Ella es rica, sí, pero tú, mi querida, eres una intrusa viajando en el tiempo quien no conoce los caminos de esta alta sociedad. Así que a menos que desees sobresalir como una costurera de Manchester y ser echada por la puerta, incluso antes de llegar a tener una charla con Lucinda, necesitas ir de incógnita. Eres una criada de la cocina. Una chica de servicio. Cambiadora de bacinillas. Eso realmente depende de ti. No te preocupes, yo me quedo fuera de tu camino. Puedo desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.

Luce se quejó. —¿Y simplemente entró y pretendo que trabajo aquí?

—No. —Bill rodó sus ojos en pedernal—. Ve y preséntate a la señora de la casa, la Sra. Constanza. Dile que tu última ocupación se trasladó al Continente y que estás buscando un nuevo empleo. Ella es una vieja bruja mala y rigorosa con las referencias. Por suerte para ti, estoy un paso por delante de ella. Encontrarás la tuya en el bolsillo del delantal.

Luce metió la mano dentro del bolsillo de su delantal de lino blanco y sacó un sobre grueso. La parte trasera estaba cerrada con un sello de cera roja estampado; cuando le dio la vuelta, leyó Sra. Constanza Melville, escrita en tinta color negro. —Eres un tipo de sabe-lo-todo, ¿no?

—Gracias. —Bill se inclinó cortésmente; y luego, cuando se dio cuenta que Luce ya había comenzado a dirigirse hacia la casa, voló por delante, batiendo sus alas tan rápidamente que se convirtieron en dos manchas de piedras coloreadas a ambos lados de su cuerpo.

Para entonces ya habían pasado los abedules y estaban cruzando el césped bien cuidado. Luce estaba a punto de iniciar el camino de piedras a la casa, pero se quedó atrás cuando se dio cuenta de las figuras en la glorieta. Un hombre y una mujer, caminando hacia la casa. Hacia Luce.

—Agáchate —susurró ella. No estaba lista para ser visto por nadie en Helston, especialmente no con Bill zumbando a su alrededor como un gigantesco insecto.

—Tú agáchate —dijo—. Sólo porque hice una excepción de invisibilidad para tu beneficio no significa que cualquier simple mortal puede verme. Soy perfectamente discreto donde estoy. De hecho, de los únicos ojos sobre los que tengo que estar atentos son de los... Vaya, hey. —Las cejas de piedras de Bill de repente se levantaron, haciendo un ruido arrastrado pesado—. Estoy fuera —dijo, agachándose detrás de las vides del tomate.

Ángeles, completó Luce. Ellos deben ser las únicas otras almas que podrían ver a Bill en esta forma. Supuso esto porque finalmente pudo distinguir el hombre y la mujer, esos quienes habían hecho que Bill se pusiera a cubierto. Abriéndose paso a través de las gruesas y espinosas hojas de la vid de tomates, Luce no podía apartar sus ojos de ellos.

Lejos de Daniel, realmente.

El resto del jardín permanecía muy quieto. El canto de los pájaros calmaban la noche, y todo lo que podía oír eran dos pares de pies caminando lentamente por el sendero de grava. Todos los últimos rayos del sol parecían caer sobre Daniel, arrojando un halo de oro a su alrededor. Su cabeza estaba inclinada hacia la mujer y él asentía con la cabeza mientras caminaba. La mujer quien no era Luce.

Ella era más vieja de lo que Lucinda podría haber sido, en sus veinte años, lo más probable, y muy hermosa, con rizos oscuros, de seda bajo un ancho sombrero de paja. Su largo vestido de muselina era del color de un diente de león y parecía que debía de ser muy caro.

—¿Absolutamente le ha llegado a gustar mucho nuestra pequeña aldea, Sr. Grigori? —estaba diciendo la mujer. Su voz era alta y brillante y llena de confianza natural.

—Tal vez demasiado, Margaret. —El estómago de Luce estaba atado en un nudo de celos cuando vio Daniel sonreír a la mujer—. Es difícil creer que ha pasado una semana desde que llegué a Helston. Podría permanecer por más tiempo de lo que había planeado. —Hizo una pausa—. Todo el mundo aquí ha sido muy amable.

Margarita se ruborizó, y Luce hervía. Incluso el rubor de Margaret era encantador. —Sólo esperamos que llegue a través de su trabajo —dijo ella—. Madre está encantada, por supuesto, tener un artista quedándose con nosotros. Todo el mundo lo está.

Luce se arrastró a lo largo de ellos mientras caminaban. Más allá de la huerta, se agachó detrás de los rosales cubierto de maleza, plantando sus manos en el suelo e inclinándose hacia adelante para mantener a la pareja al alcance del oído.

Entonces Luce se quedó sin aliento. Había pinchado su dedo con una espina. Estaba sangrando.

Ella chupó la herida y sacudió su mano, tratando de no llenar con sangre su delantal, pero para el momento en que la hemorragia se había detenido, se dio cuenta que se había perdido parte de la conversación. Margaret estaba mirando a Daniel a la expectativa.

—Le he preguntado si va a estar en la fiesta del solsticio de esta semana. —Su tono era un poquito suplicante—. Madre siempre hace una gran cosa para hacer.

Daniel murmuró algo como un si, no se lo perdería, pero él estaba claramente distraído. Siguió mirando a otro lado de la mujer. Sus ojos se movían alrededor del césped, como si sintiera a Luce detrás de las rosas.

Cuando su mirada recorrió los arbustos donde ella se agachaba, brillaba la sombra más intensa de color violeta.

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